Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Ricardo Navarro era un psicópata antes de que le sentaran en el sillón de maquillaje; era un tipo descentrado antes de que le llamara el equipo de producción de ?El Diario de Patricia?; y también era un machito prescindible mucho antes de que el regidor le explicara cómo debía entrar al plató y saludar a cámara. La historia de Ricardo Navarro es la de una infamia que ha sido televisada, (sin duda que este importante matiz añade al caso toda la gravedad que tiene), pero no disparen sobre el pianista, bajen los rifles que tiran balas de moralina retardada. La televisión puede tener la culpa de muchos males de la sociedad pero no es ni su niñera, ni su policía, ni su educadora, y tampoco su conciencia. Es verdad que se emite en colores y que se ve muy bien, pero no es la realidad, tan sólo una imagen en dos dimensiones y bastante parcial. Sería de una perversidad extrema pensar que un programa es capaz de quemar personas en la pira con tal de aumentar la cuota de pantalla, no hay programadores que jueguen a la ruleta rusa con el share poniéndolo en la sien de sus invitados.
Nadie en su sano juicio puede pensar que cuando acabó el programa la presentadora se frotase las manos: ?¡qué bien, la fama que nos va a dar este caso!?. Cabría preguntarse cuántas personas lo vieron en directo y cuántas han ido a la repetición del video una vez confirmada la tragedia, y ahí encontraríamos un coeficiente corrector, (si el asesino no hubiera aparecido el Consejo de Ministros no hubiera hablado de un pacto para regular el contenido de los programas, pero aquel tipo era peligroso en potencia porque lo decía una orden de alejamiento). Echarle la culpa a la televisión es tan absurdo como criminalizar a los fabricantes de cuchillos de Albacete cuyos productos están presentes en todas las escenas del crimen en España. De la Vega podría fijarse también en el porno bélico que nos tragamos a diario, cuando se emiten imágenes de una matanza de las muchas de Irak en la que vemos a niños desmembrados. También en el contenido de otros espacios en los que se asesina por la espalda el buen nombre de cualquier persona con la excusa de que es información rosa, o se aplasta la memoria de un famoso muerto hasta hacerlo revivir de la vergüenza. Y, ya de paso, el Gobierno debería velar porque la autoridad fuera más diligente; no puede argumentar que no le dieron la orden de alejamiento a Navarro porque no le encontraban; tan sólo con que la policía viera la televisión tendría resueltos cientos de asuntos turbios. Si el equipo de producción localizó a este mastuerzo también podría haberlo hecho la autoridad.
Cada tarde circulan decenas de personas por los platós de televisión contando sus historias más inverosímiles, algunos son profesionales de lo suyo que hacen una ruta por las cadenas nacionales, autonómicas, locales y de cable. No todos son unos asesinos, no todos tienen un pasado que esconder. Aquella tarde tocó en ?El Programa de Patricia? el caso de Svetlana y apareció este miserable llorón. Nos podemos preguntar si hubiera cometido el crimen de no haber aparecido en televisión y así llegaríamos a la conclusión de que es más útil cuidar de las mujeres amenazadas, protegerlas contra los agresores, quizá dotarles de un brazalete como se hace en algunas comunidades autónomas. Desde luego que linchar a Patricia es más directo y a muchos les aliviaría su mala conciencia, pero sería otro acto de injusticia social. Era sólo un programa de televisión. Sólo.
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