Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
La Gran Vía cumple cien años y está mucho mejor que Rafaela Aparicio cuando rodó ?Mamá cumple cien años?, de Carlos Saura. En realidad la Gran Vía está más lozana que todos los que nos tenemos por más jóvenes. Ha pasado por la edad del tranvía, por la del gasógeno, por las bombas que caían en la acera de los pares, por el ?hemos pasao?, por el subidón en descapotable que se dio Eisenhower con Franco, algunas fiestas de la bicicleta, manifestaciones y atascos como para provocar la muerte por colapso de cualquier otra ciudad con los triglicéridos en peor estado, (pero debe ser que los ictus del tráfico le dan vidilla). Y es ahora cuando afronta su primer centenario pletórica de esplendor y de encanto madrileño que puede ser chotis o rap, según se mire, letra de Agustín Lara o de Antonio Flores. O de un negro subsahariano que le pone percusión a la miseria.
Hace un siglo, cuando se derruyeron los edificios para crear el último tramo de la calle, Madrid se hizo la fimosis y creció para siempre. Por obra y gracia de la piqueta ese tramo estrecho de vía inacabada le pudo tratar de tú a la calle Alcalá, y hacer esquina para siempre. Antonio López la entendió mejor que nadie: La Gran Vía es una estampa y cada uno tenemos guardada la más entrañable. Es fácil imaginar a Ava Gadner buscando el taxi que nunca encontró a la salida de Chicote, hasta que paró un camión de la basura para que le llevara a su casa de Doctor Arce. Alfonso, el fotógrafo de lo castizo, llegó a tiempo con su cámara para inmortalizar al torero Fortuna que dio lidia y muerte a un toro bravo que se había escapado del camión, y allí mismo lo dejó ?pal tinte? con la espada que le pidió prestada a un municipal. Los clientes del antiguo Hotel Roma podrían reconocer el local, (que luego fue banco), por los lustrosos mostradores que ahora son de la Comunidad. Historias mágicas de una calle que tuvo muchos motes según la tendencia política pero que supo poner su nombre a salvo como el que sube los pies para que barran. Y que de puro libertaria siempre fue un punto de desencuentro más que una cita de hora cierta. Sus aceras son el Nilo caudaloso que no se detiene, tropezarse con alguien conocido es un apretón de manos, o besos de coletilla: ?ya-te-llamo-yo?.
Nunca fue calle de señoritos como Alcalá, ni zona noble como La Castellana, más bien ha sido cañada de paso con capital en Callao y con una montaña que es la Telefónica. Sólo le falta pista de aterrizaje para presumir de internacional, aunque para eso están los chinos que venden botes de cerveza ocultos en las papeleras. Cien años sin dormir y está viva.
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