El rey desnudo

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

La opinión pública también levanta tsunamis. Nadie sabe por qué pero, de repente, el mar ruge, aumenta la densidad de la espuma y lo que empieza siendo un rumor se convierte en ola gigante. No es que venga la III República, más bien se acerca una crisis de la Monarquía en forma de insumisión civil que podría ser una falta de respeto; la derecha no apoya y la izquierda se suma al revisionismo institucional. En Cataluña queman su foto y el tripartito pone en duda que sea el jefe de los militares. Un juez reclama los negativos y en la puerta de la Audiencia Nacional montan una hoguera. Si la cosa se pone tensa lo mismo declaran a Barcelona como ciudad antiborbónica, más cordial que condal.
Con respecto al tsunami, al Rey le pasa lo que le ocurre en política, que se moja pero no navega, y poco puede hacer más que ver en los telediarios cómo algunos pueblos de Andalucía le dan la vuelta a su retrato. Pero la República exige primero una reflexión y luego un entusiasmo popular, y aquí parece que lo estamos haciendo al revés. Por el momento es más folclore que un deseo profundo de cambio (no parece que la multitud avance hacia la Puerta del Sol con la tricolor, no se ven los tranvías llenos de gente enfervorizada).

Anasagasti le ha encontrado sentido a la figura del Rey: ocuparse del discurso de Navidad y del fotoshop en el que le colocan a los nietos en un recorta y pega que tiene muchos seguidores. Pero Manuel Cháves le para los pies a los que llenan los plenos municipales de consignas republicanas, aunque más bien es un aviso de que se estén quietos porque todavía no toca.

Cabría preguntarse quién está detrás de este movimiento ciudadano y qué motivos tiene; por qué los niños que jugaban en la calle se han metido ahora en el salón a tocar la pelota, con las consecuencias tan graves que puede tener para la cristalería nacional. Y por qué hemos pasado del respeto institucional a una forma chulesca de rebeldía que, en absoluto, beneficia a la llegada de la III República.

Igual es que la Corona necesita pasar una ITV cada 30 años y ahora tenemos que llevar el cetro y la espada a que los calafateen como si fuera el barco que tiene en Mallorca. También le podemos echar la culpa al lenguaje cuando hablamos de Fernando Alonso, «rey de los circuitos». Aquí hay reyes de la montaña, reyes de su casa, reyes de la baraja y reyes de las rebajas. Cuando los símbolos se utilizan inadecuadamente, se banaliza el mensaje.

De repente al Rey le caen todas las críticas a la vez, quizá porque ha sido un personaje especialmente protegido durante 30 años, pero todo se puede someter a una segunda opinión.

Octubre es buen mes para una revolución. O quizá sea la venganza de aquel oso pardo llamado Mitrofán.

Compartir:

Etiquetas: ,

Deja una respuesta

*