Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
En Moncloa hay una ventanilla que dice: «venta de billetes» y si pides uno con destino al centro te hacen descuento y te regalan un libro de postales de España con una flamenca taconeando sobre una lustrosa paella. El funcionario que la atiende tiene órdenes de expedir billetes con alegría, como si a Solbes no le importara el gasto de papel. Zumban las linotipias presidenciales con la nueva cartelería llena de iconos de España: tarjetones, fondos del Consejo de Ministros, cubiletes para los micrófonos, y también en los sobres de azúcar que acompañan al café de las visitas, (aunque a Aguirre sólo le diera agua del Canal). Si Isabel la Católica despertara se encontraría como en casa, tan ricamente entre los tercios de Flandes reeditados para mejor ocasión. Después de aventuras periféricas que dejaron resaca de desengaño toca viaje al interior, una de exaltación de las virtudes patrias y el canto al olmo seco. De ahí a que le saquen brillo a la lápida del almirante Churruca, un paso. Zapatero sabe que un acto de contrición pública le daría un impulso superior al de Asafa Powell cuando faltan 10 metros para cortar la cinta. Si hace falta acompañar a la alcaldesa de Lizartza, irá, a poner la bandera en su mástil que es el símbolo de que las cosas están en su sitio. De repente, los mástiles han cobrado el sentido que el abandono les quitó; hasta ahora a nadie le había importado que fueran un adorno extraño en la plaza de su pueblo. Ahí puede coger a Rajoy todavía convaleciente del éxito de una aclamación, es decir, en la misma parra de la felicidad. No se descarta que Zapatero acompañe a Regina Otaola a misa, ya metidos en ceremonias no hay por qué ponerse límite. Y porque no llega al Corpus de Toledo, o al botafumeiro, porque sino también. El viaje a Lizartza está cantado, y será con toda la ceremonia que merece la ocasión. El amor a España, con eñe, sólo tropieza con el necesario consenso para aprobar los presupuestos, incómodo trámite parlamentario sin duda, pero a estas alturas da más credibilidad un abrazo a Gasol que una llamada de José Montilla a cobro revertido. De repente, el centro se convierte en un pasillo estrecho por el que baja el empuje de Rodríguez Zapatero en forma de riada electoral. El mensaje es: o se apuntan o suben los pies porque esto se va a inundar de contagiosa fe en la victoria. En la ventanilla de «venta de billetes» no dan abasto.
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