Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Los que somos de la generación de Zapatero sabemos que con aquel bachiller que nos dieron no se puede vacilar mucho.
Con el griego que nos enseñaron no paras un taxi en Atenas, con el latín no pasarías del verbo sum (incluso hay quien confunde La guerra de las Galias con La Guerra de las Galaxias), y con el francés uno va justito en un bistró de Perpiñán. Al efecto se creó un negocio paralelo que fueron las academias de idiomas, pero Zapatero no debió ir, de ahí la petite confusión.
Monsieur le president se reunió en julio con Fillon pensando que con su francés podía tratar asuntos de Estado.
Negociar temas importantes en otra lengua tiene sus peligros obvios, luego llega le mal entendue. Imaginemos la escena: «Fran-çois, je suis Zapatier, ton ami», y Fillón ojiplático como en si fuera Toro Sentado charlando del Tomate con el general Custer. «¡Qué me dis, Zapatier!»… pudo haber sido peor, nos podían haber quemado unos camiones como hacían antes.
De ahí la importancia de la figura del traductor, que es la persona capaz de trasladar el pensamiento de un idioma a otro (incluso en caso de no haberlo). Luego pasa que uno cree que con charletas de ascensor se puede hablar del proceso de regularización de inmigrantes y el resultado es penoso, très patetique.
Hay que hacer como John Wayne que llevaba un indio con una chaqueta con flecos para que le fuera traduciendo a los apaches, y llegado el caso le servía para que supiera cuánto tardaba en llegar el tren con sólo poner la oreja en la vía. A ese indio lo mató el cine y el tren de alta velocidad.
El desencuentro idiomático avala la tesis de que mejor que nos llevemos mal con Bush, un diálogo entre Zapatero y el presidente estadounidense llevaría a que nos quitaran Cuba, otra vez. Por lo tanto, urge que Bush comience a estudiar español si quiere iniciar los contactos.
Con los momentos sublimes de la reunión con Fillon se hacen unos deuvedés que arrasarían en los quioscos, el coleccionable De bon rollit. Pero nos vamos a quedar con las ganas, es otro misterio más de este verano que dobla entre desmentidos y aclarados, como el Expediente X de la Biblioteca Nacional (¿es que hay investigadores que se comen las páginas de los códices, como las cabras?).
Pas de problème, se le echa la culpa a Regàs y sanseacabó, o a Fillon, que no se entera de nada el tío, y mira que se lo dijo bien clarit.
Con los presidentes y con las cabras hay que medir las palabras porque te pueden arruinar años de cultura de un solo bocado.
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