Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
No hay nada como alertar de una catástrofe para provocar otra, por eso Gallardón adelanta el naufragio de Rajoy para luego provocar el incendio del verano. Los satélites espaciales han captado el humo procedente de Grecia y también de la Casa de la Villa, (sede provisional del Ayuntamiento madrileño). Gallardón tiene tendencia a vivir el frenesí de la política de paso: de cargo en cargo y de despacho en despacho. El mes que viene inaugura sede monumental en el antiguo Palacio de Correos, un edificio para invitar a Sarkozy sin que le dé la nostalgia del Elíseo.
Los planos son espectaculares: vidrieras lustrosas, mármol en el patio de operaciones y espacios diáfanos. Igual se ha buscado un despacho cerca de la COPE para coincidir (en algo) con Jiménez Losantos, en el caso improbable de que salieran juntos a tomar café. Con el pedazo de despacho que va a tener Gallardón no sé para qué quiere ser el número dos de Rajoy, en todo caso sería entendible si fuera al revés. No se descarta que en el impresionante hall instale una caseta de tiro bajo el epígrafe de: «¿Quiere ayudar a Rajoy?, un euro, tres disparos», gana el que tumbe más patos que fuman puros.
El naufragio que acabó en incendio es otra de las consecuencias de la política del «quítate tú pá ponerme yo», (como escribió el salsero), o el resultado de presentarse a cenar en casa de Abraham García con una tortilla de patatas, por si acaso. Lo extraño es que al alcalde de Madrid le han sorprendido las reacciones de su jugada, medida con tiralíneas y pulso al ralentí; se cree víctima del principio de que toda buena acción no debe quedar sin su justo castigo. ¡Cómo no va a contar con él Rajoy, con lo gana elecciones que es él!, (dejemos a un lado el enojoso asunto de que se presentaba bajo las siglas del PP… bagatelas, está convencido de que él solito habría ganado cinco Tours con una bicicleta plegable). Camps, Barberá y Aguirre son unos amateurs de la política comparados con el súper alcalde Alberto. A su manera, el general Madbuh pretendió ayudar a su rey, Mohamed VI, en el verano de 1971 y provocó el asalto al palacio de Sjirat. Salvadas las distancias -no hay armas de por medio- en este caso el palacio, (el de Cibeles), no lo tiene Rajoy. El episodio de Sjirat acabó provocando la reacción contraria: el rey cortó cualquier intento de aperturismo y laminó a los disidentes, quizá en venganza por haber permanecido retenido durante tres horas en las letrinas, un lugar donde se mustia una corona. Madbuh calculó mal el impulso y en lugar de saltar la tapia se fue directamente al otro foso.
Si no lo ven claro en Génova, ellos se lo pierden, pensará. Y de nuevo entra en periodo lacónico de mustia melancolía principesca; según Ortega todo esfuerzo inútil provoca ese estado de ánimo. Debe ser muy incómodo vivir en el exilio interior, en ese mundo donde todos se equivocan menos uno. Para sus ambiciones la Castellana se queda estrecha, incluso algo modesto el nuevo Ayuntamiento.
Compartir: