Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
El amor está estupendo mientras dura, es pasión intensa que inspira a poetas y boleros. Gracias al amor funcionan las floristerías y las mesas para dos en los restaurantes, pero hay algo más profundo y duradero que la pasión: el odio. Que se lo digan a esa madrileña que ha esperado ?apenas? quince años para que el Tribunal Supremo considere que la indemnización de su marido era un bien ganancial. El montante son 13.703 euros, pero es lo de menos, da la impresión de que estaba dispuesta a pleitear hasta por una pegatina. Por otra parte nada hay que objetar cuando uno pelea por lo que considera es suyo, (de uno, o de una).
Así que su ex pareja, de la que se separó al poco de cobrar esa indemnización, deberá ponerse al corriente de pago y soltar la gallina, (expresión popular de aflojar el parné, más popular aún), y aportar la mitad de un dinero que es fácil se haya pulido con el paso de los años. Y no tanto porque fuera un manirroto sino porque entre el IPC, la hipoteca y un par de vicios más? a uno no le da la vida para mucho. Es lo que tiene la sociedad de consumo: que consumes o te consume.
El odio es un material resistente que soporta el paso del tiempo y no se oxida. Utilizando el odio como elemento base se construyeron barcos de guerra que dieron la vuelta al mundo a cañonazo limpio. Hasta dicen que el morro de los cohetes, su parte más dura, está hecho de odio y níquel. Va a ser cierto porque de mala leche están llenas las páginas de los libros sagrados.
De los buenos se cuenta menos, ocupan un discreto espacio tipográfico.
Quince años después de roto aquel matrimonio, del que no tenemos mayores noticias (tampoco son relevantes para el caso), el odio les ha vuelto a unir. ¡Qué bonita experiencia! Es como si él le preguntara mentalmente, cada noche de sus vidas en las que han permanecido en camas separadas: ¿te acuerdas de mi, vida mía? Y ella le respondiera entre dientes: ?tu cara no se me olvida, cabronazo?.
Lo demás tiene su apaño, hasta los marcos de plata con la foto de la boda tienen una segunda utilidad. En cambio, el odio, cuidado con él porque es más fuerte que un huracán, cabe en un bolsillo y no deja marca.
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Etiquetas: madridiario.es, opinion