Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Cerraba su intervención Cristina Narbona, (en adelante señora Gestora), con un: «Vamos a ver las diferentes propuestas» y un vaso de cristal estalló en la sala de prensa. Mal rollito. No era un espejo, pero le debieron de afectar las diferencias de temperatura entre la calle sahariana y el congreso helador. Las diferencias estaban marcadas desde el principio, tanto por familias como por salas de reunión. No era casualidad que el cuartel general de Tomás Gómez fuera el salón Liverpool, el de José Cepeda el salón Birmingham y la sala Manchester para Manuel García-Hierro. Paradojas de la vida… el bufé Madrid estaba vacío. Como si los socialistas madrileños no estuvieran por la labor de hincarle el diente a Madrid.
Tomás Gómez apareció con una corbata roja de candidato colocado y ganador, Cepeda y García-Hierro se lamentaban de la jugada en la que habían excluido a los suyos de la mesa del Congreso. La tropa se repartía por una inmensa barra de bar tan grande como la playa de Omaha en el desembarco de Normandía, no en vano muchos se jugaban la supervivencia o el naufragio. Junto a un reloj de pared de diseño inolvidable se montó una mesa donde departían Blanco con el antiguo delegado del Gobierno, Constantino Méndez. José Acosta evitaba pasar cerca del reloj no fuera a ser que dieran la hora. Acosta maneja la ironía cáustica como nadie, de tal forma que recordaba una canción de la Piquer que dice: «Morir en esta plaza/ es cosa de toreros», (la canta muy bien). Y por si no quedara claro añadía una copla de ciego castellana: «Vinieron los sarracenos/ y nos molieron a palos/ que Dios ayuda a los malos/ cuando son más que los buenos». Muy cerca andaba el que fue alcalde de Leganés, Jose Luis Pérez Ráez, hasta que luego ganó el PP y más tarde hubo moción de censura y ahora están en crisis los mocionados. Pérez Ráez es un veterano de los congresos, por lo tanto un cardenal escéptico que lleva muchos cónclaves encima como para creer en el Espíritu Santo. Rafael Simancas ha recuperado el fondo de la mirada que perdió tras las elecciones, Juan Barranco tan serio como un cuadro de la galería municipal. Todo lo contrario a Antonio Miguel Carmona, muy partidario de Tomás Gómez. Lissaveztky le daba a la batería del móvil.
En la barra podías pedir un café con, o sin, aparato. Esa era la cuestión: saber cuánto mandaba Ferraz entre aquellos compromisarios de buena fe. La más joven se llamaba Libertad, tiene dos meses y la llevaba su madre en el carrito, (sólo se despertaba cuando hablaba la señora Gestora, quizá asustada por su tono de voz). De las más besadas, Trinidad Jiménez que un día se nos marchó a hacer las Américas porque en Madrid no la estimaban; más de uno reconocía lo que luego le echaron en falta. A Trini la madurez y cambiar de horizontes le han sentado estupendamente, ella es la confirmación de que en Madrid nunca se pone el sol. Luego vinieron los sarracenos a hacer su trabajo.
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