Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Ésta se la pierde Rodrigo Uría y de paso me deja sin fuente de información, porque era la persona que más sabía de fusiones bancarias y de Opas acertadas. En los negocios no hay corazón sino tahúres con cara de póquer que mastican la cuenta de resultados y luego la escupen sin mirar a dónde.
Habría que inventar la figura del daño moral del interesado; a los que fumamos habanos deberían preguntarnos los británicos de Imperial si nos afecta su oferta sobre Altadis, siquiera la opción a un voto particular que luego ni siquiera lean. Uno tiene derecho a opinar y a dejar clara su postura; es como si Les Luthiers se divorcian sin pedir nuestra opinión o si Ibáñez dejara de dibujar a Mortadelo y Filemón sin previa consulta popular. Aunque no sea cierto que las mejores ideas se ocurran fumando (no es verdad, las mejores ideas se te ocurren cuando corres delante de un toro, ahí tienes poco tiempo para decidir), sí es verdad que el buen humo hermana y el mal humo ataca a la mucosa gástrico-sentimental. Algo tiene el humo sensual de un habano que arrastra; es un poder hipnótico irresistible.
El tabaco es un invento del demonio que, como otros diseñados por él, tiene notable encanto, al que se añade la prohibición oficial. Si la autoridad sanitaria pudiera, nos prendía en una hoguera seca para no levantar humo; tiene su aquél sentirse perseguido por el Santo Oficio de lo políticamente correcto en el siglo XXI. Estoy con Cabrera Infante cuando sentenciaba: «No mata el tabaco, mata la vida»; con él, tristemente, la máxima se cumplió. Y, en todo caso, es mejor tener una caja de puros en casa que almacenar material bélico como hacía un vecino de Madrid que tenía hasta un bazoka (esto último sólo se puede entender si lo hacía para tener algún motivo de conversación en caso de encontrarse con el ex subdelegado del Gobierno en Barcelona. Sería para romper el hielo).
Uno se pregunta qué puede pasar con la producción controlada por Altadis y las consecuencias de este efecto mariposa en las plantaciones de Pinar del Río y, en concreto, en la zona de Vuelta Abajo en Cuba, donde hacen arte con productos de la tierra con parecidas técnicas a las que se encontró Colón hace 500 años. Allí te puedes sentar ante un paisaje jurásico, rodeado de mogotes y de palmeras altas como jirafas (Gómez de la Serna dijo que la palmera es el homenaje al cohete), y oler un campo guajiro que te parte el alma a poco que tengas elevado el índice de bolero en sangre. Sentir parecida emoción a la que Uría experimentaba frente a los cuadros de Van Gogh que ahora se exponen en el Thyssen, o ante El Jardín de las Delicias, a cuyas figuras pre-dalinianas ha dejado huérfanas de amparo en su calidad de presidente del Patronato del Museo del Prado.
Desde que no se fuma en el bar del Congreso, el ambiente está más rancio. Los egipcios aún reclaman sus faraones a los ingleses; cuidado no nos vaya a pasar lo mismo a nosotros con nuestros humos.
Compartir: