Con cariño de Esperanza…

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Esperanza Aguirre tiene bien asumido la cualidad de autora porque se presentó en El Retiro con traje de lino crudo y gafas oscuras de escritora de best-sellers. «Parece Melanie Griffith», decían Susana y Begoña, funcionarias de la Comunidad, a lo que otra remataba: «y eso que hoy no viene de peluquería». Habían pregonado su presencia por megafonía pero apenas hizo falta porque ella misma es su anuncio, por lo tanto besos previos en el paseo, en la entrada de la caseta y gritos de «Espe, una foto… Espe aquí, aquí…». A efectos del espectáculo de la Feria del Libro, la editorial «La Esfera» habilitó un espacio de su caseta, la 159, donde el exceso de extras, lectores, curiosos y periodistas contribuyó a dar calor al ambiente. Incluso bochorno de tormenta y agasajo espontáneo, tanto que al escritor congoleño Londry-Wilfrid Miampika (que firmaba pared con pared un libro de poesía), le ocupó su espacio la turbamulta de los fans de Aguirre que no respetaban autores ni orden en la firma. Moraleja: cuando el público aprieta ni la gana de leer poesía, africana, se respeta.

Junto a Aguirre la autora de La Presidenta, Virginia Drake, en un discreto segundo plano, porque una cosa es la literatura, otra la realidad y una última muy distinta cuando el personaje supera a su biografía. Era Esperanza Aguirre en estado puro, en corto, en regate verbal, besos a los niños y recuerdos a los abuelos, bolígrafo en la mano derecha y firmas dedicadas a petición del lector.

La angostura de la caseta y el fervor de los formados en rigurosa «cola popular» le daba al encuentro un cierto aire de tenderete de carta a los Reyes Magos, allá que iba desde un concejal chileno de Concepción, ¡que había venido a un seminario en Albacete!, a una señora de la calle Orense que olvidó el libro en casa (a ésta última le dijo: «oiga, con lo bien que hemos dejado el Metro a usted le da tiempo de ir y volver en un periquete»). La firma era la excusa, en realidad se acercaban mayoritariamente para darle dos besos y para hacerse la foto que enviar por el móvil. Nadie preguntó por el asunto de los techos altos; nadie le preguntó por Gallardón, no estaban en la crítica literaria sino en la romería de las firmas. Aguirre y Drake ejercían a la perfección su papel de pajes de Sus Majestades de Oriente. A saber: igual se recogían peticiones de informáticos de La Paz a sugerencias de militantes de Guadalajara desplazados al efecto. Los piropos también se aceptaban, Virginia le dijo que la había visto muy guapa vestida de chulapa en la pradera. A muchos más que preguntar si eran lectores les pregunto si eran votantes; a una señora que vivía en Moncloa le dijo que se pasara a afiliarse por la delegación. «Está en la calle Ferraz pero no se vaya a equivocar de número y se vaya al PSOE, que está un poquito más allá». No hay puntada sin hilo ni firma inocente.

Aguirre estaba en todo, «¿es tu novio?», le preguntó a una joven, (en el «Un, Dos, Tres» habrían dicho que eran amigos y residentes en Madrid. Él puso sonrisa de no poder disimularlo). A un señor le dedicó la foto del cartel electoral en la que viste de negro y posa de rubia. Carlos le pidió una dedicatoria para su hijo Iñigo, «tiene cinco años, póngale de parte de la rizos que es como la conoce a usted». Y se la puso. A una señora de cierta edad, pero con el carné de baile aún sin caducar, le firmó un libro para un amigo de la residencia. No hace falta ser Acebes (Octavio, no Angel), para darse cuenta de que el lunes va a haber lujuria literaria en el Centro de Mayores de Sagasta. Es lo que tienen los libros cuando se comparten a medias.

Esperanza al quite, hasta en el detalle de una niña pequeña en brazos de su padre: «¡Qué guapa es!… Mar, eres tan guapa que vas a ser presidenta de la Comunidad!», quizá en alusión freudiana a que quién le sucederá en la Puerta del Sol aún anda en pañales. Hasta tuvo tiempo de hacer referencias gastronómicas: «¡así que es usted asturiano!, pues el verano pasado estuve en un sitio que daban fabes con centollas!». Y de prometer Metro, de estudiar su caso, de llame por favor y veremos qué podemos hacer. Hubo hasta quien le preguntó: «¿Ha venido Rajoy?». Y ella hizo como el que oye firmar; no estaba la política en su orden del día.

La directora de «La Esfera», Ymelda Navajo, le dio categoría de Vargas Llosa, de ahí el tumulto y cerca de 500 libros para firmar en dos horas. Sudaba todo el mundo, menos «La Presidenta», claro.

Compartir:

Etiquetas: ,

Deja una respuesta

*