Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Simancas cree, como el general Robert E. Lee, que la batalla de Madrid se puede librar entre confederados y unionistas, la fuerza del Sur emergente contra un Norte más rico con capital en La Moraleja. Pero el general Grant, que sería Esperanza Aguirre, no va a caballo sino en bicicleta por la calle de Génova y no parece preocupada por el envite de los insurrectos, más bien sigue a lo suyo que por el momento es mantener el equilibrio y seguir dando pedales. La recta final de su campaña la está haciendo sin mirar hacia atrás, se ve con fuerzas, tanto que invitó a Aznar para que le cantara un bolero a Ana Botella en el mitin, una declaración de pasión que cruza los calendarios y las legislaturas; eso es amor. Por lo tanto no es extraño que a Ana Botella le parezca «su Jose» muy guapo con el pelo largo, con ese aire de insumiso de la mili y de mayo del «seseintayocho» ahora que Sarkozy va a descogorciar aquello de la imaginación al poder para construir un centro comercial con parking.
Pero Aguirre no quiere que el personal se relaje y piense que el domingo que viene será un día excelente de campo, de ahí el toque de generala, sabido es que una encuesta favorable es como una sirena en la niebla, confunde a los navegantes y presagia tragedias. Aguirre como Ulises se ata al mástil de la realidad para no escuchar el canto sibilino de los aduladores. Bien está que la aplaudan y que le pidan fotos pero luego ese cariño hay que transformarlo en escaños, a ser posible ganar por victoria absoluta porque cualquier otro resultado sería una tragedia relativa. Con los aplausos no se gana una campaña, esto no es El Semáforo de Chicho Ibáñez Serrador.
Simancas afila lengua y suelta la frase del fin de semana: «si se creara un club de fans de Miguel Sebastián, Aguirre sería la presidenta», que es mucha maldad, incluso metáfora al estilo de Guerra-Alfonso que reapareció para decir que en Madrid manda el mal como presagió la bruja Avería. Pero Guerra habló el día en el que Sebastián sacó el álbum de fotos y sus palabras fueron al río, del río a la mar y luego donde se perdían los señoríos según Jorge Manrique.
Gallardón promete un Manzanares diferente, por eso se ha hecho una foto asomado a la barandilla, completamente solo como un capitán en la tormenta, meditando el rumbo loxodrómico, (en línea recta y sin entrar en giros, tó palante). Secar el río va a tener su importancia en la batalla de Madrid, tal vez los confederados pierdan la referencia del Manzanares y ahora lo tengan más difícil para delimitar dónde empieza el Norte y hasta dónde llega la fuerza del Sur. En caso de ganar el principal problema del general Lee sería dónde meter a tantos prisioneros.
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