Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
La Fórmula 1 es un Estado pequeño, con bandera e himno, y con territorio no estable; por lo tanto es una singularidad en el Derecho Público Internacional como pudiera ser que la isla de San Borondón tuviera representación en Naciones Unidas. De tal forma que Bernie Ecclestone se reviste de autoridad suprema de un pequeño y rico país que cada 15 días cambia de capital, de súbditos, de paisaje y por supuesto de lengua como el que cambia de neumáticos. Ecclestone ha conseguido que el circo del volante sea el estado más pequeño del mundo, incluso por debajo de San Marino (que es a las naciones europeas lo que un cochecito de feria a un McLaren). El amigo Bernie ha logrado ser de mayor el que manda en el patio del colegio, es el que diseña las pistas de las carreras igual que el jefe de la banda infantil alisa la tierra con sus manos para construir el circuito por donde van a correr las chapas. Ese poder le da un punto de chulería y por eso Ecclestone ha entrado en política sin pensar en sus consecuencias. Ecclestone tiene un punto de cacique que atufa a distancia, no hace falta estar en campaña electoral para darse cuenta. Uno de sus embajadores plenipotenciarios es Alejandro Agag, el hombre que pasó de contar chistes en La Moncloa a contar los cuartos que genera tamaño espectáculo. Decía Chestertone que el periodismo es un gran oficio con tal de dejarlo a tiempo, y va a ser que también pasa lo mismo con la política.
En el pequeño estado independiente de las cuatro ruedas no hay límite de velocidad, ¡faltaría más!, y las elecciones se ganan cruzando el primero en la línea de meta. Hasta hace un par de años gobernaba Michael Schumacher y ahora lo hace Fernando Alonso en calidad de príncipe coronado del asfalto. Dice Alonso que correr en España es un espectáculo, claro, se siente como el niño al que sus abuelos ven montar en bicicleta: jaleado y feliz. Seguro que dentro del monoplaza no escuchará un pimiento de lo que ocurre fuera pero algo del rugir de la grada debe llegar a la vibración del volante porque cuando un piloto corre en casa lo hace de forma distinta. Las curvas de Montmeló tienen menos grados para Alonso y las subidas menor pendiente, cosas de la física aplicada al fenómeno local.
Ecclestone ha metido a Camps en un lío al vincular el triunfo del PP a la construcción de un circuito urbano en Valencia. Fue calentón de radiador en plena presentación y por eso ayer matizó. Aunque la imagen de Rita Barberá con la bandera de salida puede ser una foto tan gloriosa, o mayor, que la de Alonso cuando sube al morro de su jet con ruedas tras cruzar en clave de victoria. Incluso cuando hace ese gesto tan ridículo de las orejitas del conejito y el baile del zulú con casco (dicen que es una clave para su chica que supongo le responderá con un jula-jula hawaiano cuando vuelva a casa). Eso les pasa a los pilotos por no llevar la foto de la familia en el salpicadero (como todo el mundo). Por alguna parte le tenía que salir el factor emocional. Igual que le pasa a Ecclestone cuando ve a un político de la derecha, que se pone a dar saltitos de entusiasmo, aunque en esa carrera me parece que Agag le saca dos vueltas de ventaja (la ambición también dobla corredores).
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Etiquetas: deportes opinión, el mundo