El pastor de la Casa de Campo

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Se llama Julio de la Losa y en el apellido lleva la carga del oficio: un pastor en tierras urbanas es un estorbo. Si don Quijote viviera sólo podría reconocer a las ovejas de entre toda la modernidad reinante, porque ya el campo no es de pastores sino de especuladores; cambie usted en el cuento rebaños por grúas y sabremos de qué tipo de gigantes estamos hablando.

A Julio le hacen la vida imposible para que no paste su rebaño a gusto; le han puesto multas hasta por exceso de velocidad de las ovejas, y también por introducir un burro en la costa madrileña. El rucio se llama ?Romero? y tiene las orejas pardas y tristes como las del verso del escritor nacido en Santiago de Chuco, César Vallejo: ?Fue domingo en las claras orejas de mi burro,/ de mi burro peruano en el Perú (Perdonen la tristeza)?.

Según las normas sólo puede ir acompañado de animales que sean de ganado lanar y el burro ni siquiera tiene la crin rizada.

El expediente abierto contra el pastor de la Casa de Campo le culpabiliza de entrar en zonas verdes protegidas, de comerse árboles recién plantados y hasta es posible que de asustar a las parejas.

Nunca antes habíamos asistido a un salto en directo en la cadena de la evolución de las especies: el hombre se come a las ovejas y modifica el paisaje. Un par de multas más y nos habremos quedado sin el último rebaño para siempre. Hasta ?Romero? está harto de ser un burro.

Es más fácil ser puta en la Casa de Campo que oveja.

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