Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
El silencio lo puede todo, ayer hubo un tiempo de silencio y recuerdo en Santa Eugenia, en el Pozo del Tío Raimundo y en Alcalá de Henares. Un hueco en el estómago, que no un vacío en la memoria, igual de enorme que en Atocha donde los políticos rindieron homenaje oficial. La mancomunidad de vecinos de Santa Eugenia va a inaugurar un monumento a la memoria de las víctimas del 11-M, será el próximo miércoles y sin presencia de políticos, «no hemos querido que viniera ninguno por si se malinterpreta». Lo dice Pablo Cañete, cordobés y pionero en el barrio, «de los primeros que nos vinimos a vivir a los bloques que construyó Pistas y Obras». Pablo tiene su negocio a escasos cien metros de las vías del tren, aquella mañana funesta le despertó su hijo y el resto del relato creo que ya lo conocemos todos. «En Santa Eugenia no hay un bloque donde no se diera una víctima: un muerto o un herido». Y quién no resultó quemado por la metralla quedó tocado anímicamente de por vida, por eso levantan un monumento que es recuerdo, luto, memoria y homenaje. En Santa Eugenia, como en los otros lugares por los que pasaron los trenes de la muerte, la vida cambió hace tres años. Quizá la mejor manera de superar una catástrofe sea la voluntad expresa de no olvidar a sus víctimas, tengamos por víctimas también a los que no fueron atendidos por el Samur en el lugar de los hechos pero que llevarán el olor de la barbaridad adherido a su piel mientras vivan.
No irá el alcalde, ni la presidenta regional, ni otro cargo electo que no sea el concejal del distrito. Los vecinos prefieren el acto sencillo al protocolo que les aleja del protagonismo que la desgracia les otorgó. Pablo Cañete tiene una voz pausada, con acento del sur que recuerda postales manchadas en sangre de una mañana en la que la muerte llegó tan puntual como inoportuna. Y desde entonces nada fue lo mismo, ni lo será. A los vecinos no les hace falta un monumento para tener presente lo ocurrido pero con la obra de Carlos Albert darán forma a un sentimiento. Será que un barrio se forma con trabajo y lágrimas, y a ellos les ha tocado una de las caras más amargas de la reciente Historia de Madrid. Por lo tanto el miércoles inaugurarán un recuerdo que es memoria y presente, una obra que les honra como ciudadanos libres.
Santa Eugenia es un barrio de trabajadores hecho con la inmigración que vino a Madrid cuando en los años sesenta era la ciudad de los prodigios emergentes. Entonces, desde lejos la gran ciudad era un horizonte de grúas en construcción. Hoy la distancia y la desgracia les ha hermanado; madrileño es quién ha llorado en las vías de los trenes que iban a Atocha. Dice Pablo Cañete que en todos los bloques hubo víctimas. Es cierto. Es su homenaje, su llanto de hormigón y su rabia. En la inauguración no habrá políticos, sólo estarán ellos, el barrio (es decir el mundo).
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