Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
La premanifestación duró el doble que la concentración posterior convocada a las 17 horas en el primer sábado de primavera oficiosa en Madrid. Había un ambiente dispuesto y mayoritario. Se tuvo que poner la gente de acuerdo en reprochar la política terrorista de Zapatero para que comenzara el tiempo cálido, ¡lástima que la procesión laica no hubiera cruzado El Retiro para mayor deleite de un sábado! Desde las 15 horas ya estaban cortadas las principales calles de acceso, todo era un paseo de personas con banderas, carteles, pegatinas, lazos azules y dispuestos a un encuentro festivo.
La concentración iba a caminar en sentido contrario a lo establecido hasta el momento, la Puerta de Alcalá sería el punto de partida y Colón la meta. Nunca antes había sido así. Un detalle estético que tuvo importancia porque la Puerta de Alcalá se hubiera quedado en portal angosto, en recibidor de casa de VPO para la muchedumbre que rugió en Castellana, Goya, Génova, Alcalá y hasta en las alturas insospechadas de los edificios próximos.
El primer tramo era el más lúdico, el de la cita de los teléfonos móviles, cuando la gente se busca y están espalda con espalda separados por una señal que les llega vía satélite. Es enternecedor comprobar la cara que ponen cuando finalmente se reconocen. Está comprobado que el móvil sirve para que se pierdan las personas que están juntas. En Serrano esquina a la Puerta de Alcalá se apalancaron los vendedores de banderas de España (constitucionales por supuesto), que hicieron su marzo a 10 euros la unidad hasta agotar las existencias, porque la tarde prometía ser de las de mucha tela para cortar. Con Cibeles al fondo se podía prever una ceremonia popular masiva, familiar en muchos casos, romería urbana de niños con globos, niños sin globos, cochecitos de bebé, abuelos y parejas de novios que nada tienen que ver con las parejas de matrimonios (al menos en la forma de caminar, ya sean del bando político que corresponda). Allí se ensañaban los primeros cánticos, algunos de dudosa calidad literaria pero de mensaje claro: «Zapatero da la cara, no tengas tanta cara»; afortunadamente luego se escucharon consignas mejores. A las 16.07 horas de la tarde un señor se unía a la corriente portando un ataúd de cartón en el que se suponía que iba la España de Zapatero, (como sólo lo llevaba él, se entiende que era una metáfora perversa, un guiño para el que quiera saber. Un ataúd sin muerto es un bocadillo de miga de pan, la nada con agua de sifón).
La cabecera de los políticos estaba en Cibeles, justo a la altura de la Casa de América. De los primeros en llegar, Miguel Arias, Ana Pastor, Astarloa y María San Gil. Por la presencia adelantada de los dirigentes del PP uno se podía dar cuenta de la importancia del encuentro. Todo el que fuera cargo electo, desde una pequeña pedanía insular, hasta un consejero regional, estaba allí. En Génova se debió quedar el portero automático.
Acebes entró a contracorriente, como si viniera de la sede del partido, y aprovechó el hueco abierto por las vallas en la Castellana para darse una ducha en aplausos y vítores; se le nota más suelto cuando no aprieta mandíbula. Cibeles tenía un ambiente de gala, casi como si la selección hubiera ganado un torneo importante; extraño pero cierto. A las 16.21 horas sonó el primer «¡Zapatero, dimisión!» que luego se convertiría en la banda sonora del encuentro, en la alfombra sobre la que Rajoy se hizo líder de la avenida, de lado a lado.
Tan ancho estaba como la distancia que separa al Café Gijón de la Biblioteca Nacional, entre sus codos cabía una carretera nacional, era su tarde. Le llamaron «¡presidente, presidente!» nada más situarse detrás de la pancarta, Gallardón estratégicamente a un lado y Aguirre estratégicamente también a dos filas de distancia. Y también el discreto ex presidente Leopoldo Calvo Sotelo, y Michavila y Pío García-Escudero. La formación comenzó a andar, con tres minutos de retraso, por si el dato tuviera importancia en los libros de Historia.
La palabra mogollón se quedaría corta para definir el ambiente de personas a un lado y a otro del cortejo. Incluso el cálculo numérico no hace justicia, había que estar dentro para darse cuenta de la dimensión y de la densidad humana. La cabecera marchaba entre gritos de adhesión, esta vez menos agresivos que en otras concentraciones de la AVT. Se notaba que el Partido Popular quería dejar sello de un estilo propio y bastante más moderado de lo que se podía haber visto en otras ocasiones. No es casualidad que los fotógrafos buscaran alguna bandera con el águila preconstitucional y no la encontraran, porque no hicieron acto de presencia. Es cierto que se gritó «¡España!», pero no «¡Arriba España!» con la inquina de otras ocasiones. Zapatero tuvo lo suyo en el primer tramo, pero tampoco fueron frases de insulto facilón. Había talento ácido en una pancarta: «Zapatero, por razones humanitarias vete ya». El humor negro también es una forma de hacer política.
A las 16.35 horas, un dragón de mil cabezas gritaba: «¡Rajoy, amigo España está contigo!», «¡Rajoy, valiente aquí está tu gente!», y a partir de ese momento los populares fueron sobre un tapiz de buenos deseos y muchos aplausos. A la estética ayudaba un ambiente cálido en el que soplaba viento suave que anima banderas y altera flequillos como pasa en los anuncios.
Entre la muchedumbre, el ex presidente Aznar, cada vez más convertido en chico Martini, encantado de haberse conocido y con aspecto de disputar la presidencia de las Nuevas Generaciones a Nacho Uriarte (que no se relaje porque le desbanca, no hay nada como un personal trainer para redecorar tu vida). Precisamente, los chicos de Uriarte portaban una bandera tan grande como un barrio, y dentro un lazo azul que agitaban; ellos eran los encargados de animar la fiesta con megáfono y coreografía, los que construyeron las frases más elaboradas: «¡Rubalcaba, el chollo se te acaba!», «¡a por ETA, oé!», o «no nos da la gana que liberen a De Juana». También la emprendieron con la prensa con el socorrido «y luego diréis que somos cinco o seis». Pues dicho queda.
Un muñeco vestido de presidiario jugaba a ser De Juana con una foto de Zapatero en la cara. El público pegado a las vallas pugnaba por hacerse ver y por dejar constancia de su procedencia, como unas señoras que venían de Zaragoza con un retrato de la Virgen del Pilar, («lo traemos por recordar a los guardias jóvenes»). La pilarica saludó el paso de los dirigentes populares.
El último tramo se recorrió con velocidad para llegar a Colón a las 18.45, donde a la cabecera le esperaba un ambiente de romería, sin tortilla pero con ganas de pasarlo bien y de hacer ruido. Por megafonía sonaba Libertad sin ira y algunos dirigentes del PP madrileño, encabezados por María Delgado de Robles (experta en protocolo en Sol), improvisaron una conga vacilona con el estribillo. Sobre las pantallas gigantes, las imágenes de multitud, y sobre ellas dos helicópteros, supongo que uno contaría manifestantes pares y otro manifestantes impares.
El sol pegaba rojo y descarado sobre la bandera de la Biblioteca Nacional, también sobre los que bailaban en la azotea del Centro Colón. Y entonces apareció Aznar con sus mechas caoba de vuelve el hombre, y ya Zaplana se había hartado de tirar besos a dos manos como un Bisbal en concierto homenaje. Todo esto antes de que Rajoy subiera a la tribuna, y mientras Gallardón sonreía, Mayor Oreja tampoco, y Esperanza Aguirre daba declaraciones ante la última cámara de televisión que le quedaba por hablar. Aguirre, de rosa aquí te espero, en miss Preu, en aclamada rubia de multitud. Vamos, un popular objeto de deseo con chaqueta a la cintura. «¿Qué?», que diría ella.
Luego, el himno, claro.
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