Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
¿Qué es la soledad?: llevar un bebé con su carrito e intentar que te abra las puertas un autobús de Madrid. En contra: primero la normativa, luego el conductor, también algunos pasajeros, a continuación la densidad humana y para remate el vacío legal. El que suscribe estas líneas conoce en primera persona la experiencia de mover un carrito gemelar, por lo tanto ha sufrido el problema por partida doble; te desesperas dos veces. Desplazar a unos mellizos en transporte urbano es lo más parecido a la entrada triunfal de Cleopatra en Roma: sólo falta que te anuncien tambores templados de esclavos nubios. Algunos te miran con una cara de reproche iracundo, como si uno fuera el responsable de la explosión demográfica del tercer mundo. Dice la presidenta Aguirre que ha encontrado «resistencia machista» a la aceptación de la normativa que permite subir a los autobuses con carritos de bebé desplegados. Es verdad, hay gente malvada que disfruta viendo cómo las madres se las ingenian para doblar el artilugio sin que el niño pierda un patuco. En el hipotético caso de conseguir la proeza está claro que una mano sujetará al niño, la otra el carro… y para mantener la verticalidad la madre deberá morder la barra con fuerza para no caerse. Lo absurdo es que llevemos tres años y medio de discusiones bizantinas y que un tribunal de alto rango tenga que emitir un dictamen. Un responsable de los autobuses municipales hablaba de un seguro especial para los conductores, como si transportar bebés fuera como curar las caries a los leones del zoo. Resulta curioso que hasta el momento no haya habido nadie que haya planteado un seguro especial por transportar administrativos, enfermos de coronarias o señores calvos. Se entiende de la capacidad de los conductores de la EMT (nervios templados en la calamidad del tráfico madrileño). No debería ser un problema subir un carrito en un autobús de Madrid pero ya llevamos tres cuartas partes de columna y no hemos encontrado la solución. Igual el absurdo normativo lleva a crear autobuses para adultos y otros para bebés, unos vehículos cigüeña llevados por un conductor disfrazado de Goofy. Acierta la presidenta cuando dice que este asunto tiene pufo machista; si los magistrados del Supremo tuvieran que subir al autobús con el carrito hacía tiempo que se habría solucionado este enojoso tema. Llega la paz de los bebés, para que no se produzcan agresiones y malos rollos, tal y como dice Reyes Montiel, parlamentaria de Izquierda Unida. A partir de hoy lo tenemos todos más claro: los padres y madres podrán pasar el carro desplegado, los conductores podrán decir «tu-tu-tú» a los bebés, y ellos podrán moverse por Madrid como unos ciudadanos más. Como si tener hijos fuera legal.
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