Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
P RUEBA evidente de que las relaciones personales descansan sobre barriles de dinamita son las juntas de vecinos, asistiendo a algunas de ellas podremos entender por qué existen las guerras. Esta premisa la deberían conocer los que por Navidad lanzan discursos televisados pidiendo la paz en el mundo; si no son capaces de entenderse con el vecino mucho menos lo serán con quien vive dos pueblos más allá. El ser humano puede crear el arte más refinado pero también experimentar con la tortura, la agresión y el miedo, (no le den más vueltas porque somos así; somos el único mono que utiliza el pensamiento para hacerle la puñeta al vecino).
La paz navideña es una idea feliz que sirvió para que los soldados pudieran cenar en el frente de batalla; hoy ni eso. Uno empezaría a creer en los deseos de buena voluntad cuando Estados Unidos, o Corea del Norte, desmonten el percutor de sus bombas atómicas por Navidad, o cuando el rico comparta su mesa con el pobre por Navidad, o cuando un vecino huraño salude a otro porque es Navidad. Mientras tanto tendremos serias dudas de que la fiesta que celebramos esta noche no sea otra cosa que una excusa para vender regalos. La nada envuelta en celofán no es más que nada empaquetada.
Si nos ponemos en lo mejor esta noche debería ser la unión de las familias pero el conflicto tampoco es ajeno al núcleo familiar: separaciones, enfermedades, traslados laborales y un concepto nuevo de sociedad nos dicen que la familia tradicional ha cambiado. En algunos casos hay más unión afectiva entre el borracho de la barra y su cliente de toda la vida que en un salón con árbol navideño. Hay más sentimiento familiar entre dos que coinciden en la parada del autobús, todas las mañanas, que en algunos árboles genealógicos de rancio abolengo. No olvide nunca el lector que la familia es una institución salvaje formada por gente de un parecido físico extraordinario pero con una distancia sentimental mayor que la separación entre cuerpos celestes de la Vía Láctea.
Pero si damos por bueno el sentimiento de mesa y mantel de esta noche, la idea del cariño en grupo, la oportunidad de escuchar y ser escuchado, podremos pensar que la Navidad es una manta con la que tapamos nuestra conciencia infantil de niños buenos. Por lo tanto sólo habría que esperar a que Naciones Unidas decretara una Noche Buena cada quince días. Y provocar nieve artificial en algunas calles del Sur, también cambiar el horroroso sonido de los teléfonos móviles por cascabeles de trineo. Y, lo más importante, mutar el virus de la fraternidad para que se convierta en pandemia.
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Etiquetas: la gaceta de salamanca, opinion