Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Siempre se dijo que deberíamos temer más que el final de la antigua URSS las consecuencias de su desguace. Paco Rabanne, el modista, creyó que la estación espacial MIR caería sobre el techo de su estudio en París y se marchó a otro lugar. Como modista será un hacha pero como futurólogo un desastre.
El envenenamiento y posterior defunción del espía Litvinenko con una sustancia llamada Polonio 210 abre un nuevo capítulo del periodismo ficción, las noticias se redactan como si fueran parte de la trama de una novela con vocación de best-seller. El colmo ha sido encontrar restos de Polonio en unos aviones, en el estadio del Arsenal y en otros doce puntos más de la ciudad de Londres. El isótopo radiactivo se propaga con más facilidad que la canción del verano, por lo tanto peligro.
No tenemos los planos de dónde se dejaron restos contaminados, tan sólo sabemos que se trata de una sustancia barata, de fácil adquisición y que puede ser la bomba atómica de los pobres. Cualquiera puede resultar infectado y luego convertirse en la correa de transmisión de la muerte.
Los científicos dicen que las bacterias sobrevivirán al hombre, son más duras, pueden esperar siglos a que alguien las resucite del interior de una piedra y soportan todo tipo de temperaturas. El Polonio 210 no sabemos si se quitará con agua, hasta el momento nuestra defensa era la higiene pero parece que contra la ira de los isótopos radiactivos no vale el zotal.
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Etiquetas: el boletín, opinion