Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Estaba yo en posición horizontal de domingo por la tarde, empty your mind (vacía tu mente), cuando lo volví a escuchar por decimoquinta vez y lo comprendí todo: «Be water, my friend», (sé agua, amigo). Han tenido que resucitar a Bruce Lee, en una entrevista de 1971, para que nos diéramos cuenta, ahí está la clave: la fuerza de Esperanza Aguirre reside en dominar las milenarias artes marciales. Como Kung Fu ha aprendido del tigre la tenacidad, de la cigüeña la gracilidad al moverse, y del dragón la capacidad de cabalgar sobre el viento (léase volar en helicóptero y escapar al batacazo). Podrá estar orgulloso el maestro de pupilas transparentes, su pequeño saltamontes ha perfeccionado las técnicas que le enseñó.
Se pasó por el templo Shaolin donde aprendió chi kung (respiración), le da una dimensión desconocida y útil para un político. Ninguna otra persona sale airosa de un pariente que representa una obra de teatro titulada Me cago en Dios, ni de una biografía escrita con tinta inoportuna, ni de las inquinas del partido, ni de los desplantes de Alberto Ruiz-Gallardón, ni del tamayazo, ni del episodio del doctor Luis Montes, ni del peloteo de Telemadrid, ni del director general del Suelo que tuvo que dimitir porque ya no podía negarlo todo por más tiempo, y por supuesto lo de la plaza de toros de Móstoles.
El anuncio lo dice todo, pongan a Esperanza Aguirre en un acto público y será amable, luego en un debate y será encarnizada, sitúenla en una recepción y será una dama exquisita, ¡pero cuidado porque puede golpear duro! (drip or crash). Le deberían hacer un seguimiento cardiológico, seguro que no le suben las pulsaciones ni cuando dobla a David Carradine en las escenas más fuertes de la serie.
Por lo tanto la oposición, más que enfangarse en una lucha dialéctica que no impide el despegue en las encuestas de la presidenta de la Comunidad, debería estudiar artes marciales. Más repasar Kill Bill y más horas en la Filmoteca viendo viejas películas de samuráis. Para vencer a Esperanza Aguirre en las urnas les hace falta que el maestro forjador de espadas samuráis, Hattori Hanzo, les temple un hierro en condiciones. Y luego aprender a responder a los golpes de la presidenta con el movimiento de la serpiente o el salto del grillo. Por el método tradicional van apañados.
Tan seguro estoy de lo que digo que Esperanza Aguirre debe de llevar en el antebrazo la marca a fuego de los alumnos que salían del templo. Un tatuaje como el de Kung Fu, por eso siempre lleva manga larga.
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