Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Acudo a las artes de persuasión de las ánimas que nos enseñó Germán de Argumosa, parapsicólogo y domador de espectros de la Casa de América. Hagamos un círculo, juntemos nuestras manos y repitamos en voz alta: ¡candidato, si estás ahí da un golpe!, y luego aguardemos que llegue el espíritu para resolver nuestras dudas. Conste que por nosotros no va a ser, militancia y partidarios aguardamos una señal para caminar tras sus pasos, pero no hay forma. La discreción del candidato del PSOE al Ayuntamiento de Madrid mosquea en exceso: ¿no se habrá quedado encerrado en el ascensor? Estas cosas ocurren, con la algarabía del nombramiento y el soplar de matasuegras hay candidatos que desaparecen. Les pasa como a ésos que tienen la desgracia de sufrir un ataque de corazón en la avenida de Copacabana de Río y les pasa la escola de samba por encima, feneciendo entre horribles estertores e incómodos pisotones de mulata acelerada.
Haga algo señor candidato, mire que se nos está acabando la mecha de la credibilidad, no vale con decir que tiene arma secreta si no enseñamos la puntita del proyectil, aunque sea de cartón piedra como lo fueron los últimos que desfilaron por la Plaza Roja de Moscú cuando la momia de Lenin estaba mejor. O como aquellos tanques de plástico que puso Sadam en el desierto hasta que los aliados se coscaron, se les veía la etiqueta «marca Acme». Cualquier acción por nimia que ésta sea con tal de alegrar la mañana al votante. No es por señalar pero hasta Angel Pérez le saca cuatro vueltas de ventaja en el circuito electoral.
Se suponía que iba a crujir a Gallardón desde un discurso economicista, que iba a lanzarse sobre la derecha derrochadora con un lápiz y una pizarra. Incluso que pensaba retar al alcalde a una batalla de logaritmos neperianos en la Plaza Mayor. Pero nos ponemos a mirar el calendario y nos damos cuenta de que si mayúscula fue la sorpresa de su nombramiento, mayor es la de su silencio. Ni un palco futbolero se ha hecho, no se le ha visto ni en la cola del Museo del Prado, ¿dónde está el candidato? Bien está el dominio en propia meta pero de vez en cuando hay que cruzar el centro del campo para provocar ocasiones de peligro. No hay políticos de salón, eso no cuela.
Su discreción, (sin duda que responde a unas estrategias que los mortales somos incapaces siquiera de husmear), resulta descorazonadora. Trinidad Jiménez a estas alturas habría hecho más ruido; Oscar Iglesias, también. Parece usted el destinatario de «la canción desesperada» de Neruda y basa su encanto en fingir que calla y está como ausente, (como diría Gloria Fuertes: «¡Qué leche!»). Para el día que se decida aquí nos tiene, preparados con la pancarta. Sin duda hace suyo el pensamiento de Noé: no preocuparse que van a ser cuatro gotas.
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