Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Me persiguen las abejas pero no creo que sea nada personal, más bien es que yo también las persigo a ellas. Me producen respeto porque me parecen mosquitos con un curso de pilotaje de guerra, expertas en bombardeos de zonas blandas a traición, (por lo tanto no es conveniente pasear por el campo sin estar protegido del ataque de las abejas, son capaces de estropearte la lectura de un buen libro porque pueden meter el aguijón entre la lectura y la realidad). Lo extraño no es que las tema, eso sería lo normal, lo insólito es que a estas alturas del otoño que no decide ejercer, las abejas vuelen por las calles como si tal cosa. Este año no se piensan marchar ni recluir en el convento de los insectos a pasar un invierno tranquilo, si existe al cambio climático ellas también tienen derecho a disfrutarlo. No estamos en verano, y ya pasó la recurrente primavera donde rimas, insectos, enamorados y puestas de sol se mezclan en un todo revuelto que le llaman naturaleza, los cuadros de los renacentistas están llenos de abejas secundarias que miran con sus ojos vivos de periscopio carnal. Machado engarzaba las abejas con los enamorados; seguro que no le tenía miedo (al amor, claro). Podríamos pensar que ambos pican, escuecen, se hacen notar y el remedio es a muy largo plazo.
Mi calle está llena de abejas que pasean miran. Yo reo que son espía que cotillean lo que ocurre. Si el gran hermano existiera tal y como lo pensé Orwell, las abejas serían sus ojos en la tierra. No hay nada que escape o que se mueva sin que ellas estén presentes, acuden a los duelos como las moscas pero también se meten en los ramos de las flores que se envían sin tarjeta, están en los cumpleaños de los niños, en la lectura de las oposiciones, atemorizan en las bibliotecas y chulean alrededor de los coches en los semáforos. Es el insecto más macarra que conozco pero que goza de mejor fama, hasta se hizo una serie de televisión con Maya, la abeja simpática que puso de moda los jerseys de franja ancha y punto gordo, colores que eran fáciles de asociar a los del River Plate cuando Maradona era un jugador de fútbol gordito pero feliz. Casi un abejorro con dos pies alados.
Tienen peor fama sus primas: las avispas, que en realidad son los últimos kamikazes que no saben que Japón capituló en la cubierta de un portaaviones de la Navy. Una avispa encelada es un toro bravo en un pasillo estrecho: mortalmente inevitable. Las abejas tienen otra prensa, de hecho no existen sprays contra ellas (como sí se pueden adquirir para luchar contra las moscas, mosquitos, cucarachas y hormigas). El toro de Osborne es un gran símbolo nacional pero la abeja inoportuna nos define perfectamente.
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Etiquetas: la gaceta de salamanca, opinion