Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Autor.- Jaime Peñafiel.
La memoria histórica de Franco y el franquismo que ha venido publicando en EL MUNDO mi querida y admirada Victoria Prego, y que he seguido con sumo interés, me ha recordado una de las historias más alucinantes y macabras conocidas a lo largo de mi vida profesional. De ella supe un día de febrero de 1991, gracias al relojero mayor del reino, Prado y Colón de Carvajal, hermano del mismo, encargado de mantener todos los relojes del patrimonio en hora.
Aunque parezca increíble, nadie del Patrimonio Nacional, incluido su entonces presidente, mi estimado amigo Manolo Gómez de Pablos, sabían de ella, sabían que allí arriba, en una de esas frías y abandonadas estancias de la deshabitada y telarañosa quinta planta del Palacio Real, y sobre los esplendorosos techos que cobijaban y siguen cobijando las actividades oficiales del Rey don Juan Carlos, se conservaba y veneraba, por un pobre y demente cancerbero, un macabro y siniestro legado franquista. Como es sabido, los 33 metros de altura del Palacio Real están divididos en cinco plantas. En la primera y principal, se encuentra el Salón del Trono así como otras salas y salones; la segunda y la tercera, que pueden considerarse entreplantas, la cuarta, oficinas y una quinta, el escenario de nuestra oscura y siniestra anécdota. Porque, oscura, siniestra y tenebrosa es su historia. Cerrada a cal y canto, desde que el rey Alfonso XIII abandonara España el 14 de abril de 1931 hacia el exilio y desde que lo construyó Felipe V, esta planta se había dedicado a viviendas de empleados y funcionarios de la Casa Real.
Un episodio nacional Made in Spain Este último piso puede encontrarse hoy poco más o menos como la describe el autor de los Episodios Nacionales, en su novela La de Bringas, historia de doña Rosalía Pipaón de la Barca y su esposo, don Francisco de Bringas, empleado en la Intendencia del Patrimonio, con vivienda en la 5ª planta. Pérez Galdós describe esta zona como de: «Pasillos de baldosines rojos, pasadizos, puertas de cuarterones descoloridos y apolillados y despojos de tapicerías palaciegas por doquier; las habitaciones, deshabitadas y telarañosas, con el vaho frío de las estancias solitarias y las bóvedas de desigual altura devuelven, con eco triste, el sonar de los pasos …. 124 escalones tenía que subir don Francisco y su esposa, por la escalera de damas, hasta llegar a su regia morada».
Aquí, en cualquiera de estos pasadizos, hay «una puerta de cuarterones descolorida y apolillada» cuya llave sólo tenía, hasta ese día de febrero de 1991 en que se descubrió el sórdido montaje, un hombre que, día y noche, durante los tres que el cadáver de Franco estuvo expuesto en Palacio, permaneció a su lado, llorando lágrimas de sangre. Un zulo en el Palacio Real Como pago a tanta perruna fidelidad, el general Fuertes de Villavicencio, responsable entonces del Patrimonio Nacional, le confió, al parecer, la guarda y custodia de un macabro legado considerado, por el entonces gerente del Patrimonio, que, en realidad, lo había sido de la familia del General, como una reliquia histórica (?) La fúnebre, sepulcral y mortuoria herencia se encontraba repartida en dos lúgubres habitaciones. En la primera, sobre el suelo, una colección de imágenes, en formación militar y, en las paredes, numerosos cristos. Todo ello iluminado con grandes velones en gigantescos atriles triangulares.
Eran los restos de la desaparecida, por especulación inmobiliaria, Iglesia del Buen Suceso. Al fondo, otra puerta y otras llaves que daban acceso a lo más inquietante del museo: la cama, la almohada manchada, el hule y la bacinilla que formaron parte de la parafernalia mortuoria de Franco. También, una mascarilla, un vaciado de unas manos, posiblemente del Caudillo, así como una serie de condecoraciones sin valor alguno; dos retratos del Generalísimo: uno, con el uniforme de marino que nunca fue y otro de legionario, media docena de los cuadros que el dictador pintaba y unas fotos con sus nietos.
Al santuario sólo tenía acceso el guardián de estos restos del naufragio franquista. Dudo que nada de esto la familia lo quisiera por carecer de valor. Su destino debía haber sido el malogrado Museo del Ejército o un crematorio. Cuando informé a Manolo Gómez de Pablos, el mejor responsable de Patrimonio que ha habido nunca (desde entonces, todo va de mal en peor. Hasta un alcalde se atreve a echarle un pulso al actual presidente) se quedó, yo diría, más que desconcertado, aterrado de que aquello que le contaba pudiera existir sin que nadie lo supiese. Y es que este zulo en Palacio lo había desde 1975. Nada menos que 16 años. ¡Qué país!
Como la abuela Una cosa es redactar una reseña puntual sobre un acontecimiento y otro hacerlo desde «el andamio verbal con un exceso y una subida de adrenalina», que diría el admirado Rafael Martínez-Simancas. Tal ha hecho una de esas periodistas, incondicionales de Letizia, que hay en todos los medios, en su crónica desde Motril, a propósito de la entrega, por parte de la consorte, de una bandera de combate a la fragata Alvaro de Bazán. Lo hizo, según cuenta la redactora cortesana «con voz firme y clara, una perfecta modulación y haciendo gala de su experiencia a la hora de hablar en público». Vamos, poco más o menos, como la abuela Menchu en la boda de la nieta leyendo La Carta a los corintios. ¡Pues que bien! ¡Fue como leer un telediario! No veo el mérito para tanto gratuito elogio.
CHSSSSS… Curioso diálogo, entre una conocida dama y el hijo (seis años) de otra no menos conocida, oído en la playa de una elegante urbanización: «¿Cómo te llamas?». «Jaime». «¿De dónde eres?». «De Madrid». «¿Y tú?». «De La Coruña». «Entonces, conocerás el Pazo de Meirás». «Por supuesto». «Es de mi abuela». «Ah, ¿sí?» . «Es que mi bisabuelo fue presidente de España o algo así. Se llamaba Franco». El diálogo se interrumpe cuando aparece la mamá: «Te he dicho mil veces que nunca hables de eso». … No se pueden imaginar de qué importantísimo personaje puede ser la siguiente y cursi dedicatoria: «No es la curva de tus labios / ni el rizado de tu pelo/ni la gracia de tus ojos/lo que hace diga te quiero». La respuesta, tal vez, la próxima semana. … Está más que preocupado, aterrado, de que se pueda descubrir su vida sentimental paralela. Sabe que existe una fotografía con la otra, durante una cena, tomada este verano en una escapada del férreo y estricto control familiar. Su esposa no es como su madre, una cornuda consentidora…. Lo que decía la pasada semana: las memorias del desmemoriado muchacho. Un respiro para las que pasaron por su cama.
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Etiquetas: la güé de rafael martinez-simancas, opinion