Pepu, el madrileño de oro

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

En Japón ha ejercido como el gran director de orquesta que le faltaba al equipo nacional de baloncesto, ha creado una máquina de triunfos y buen juego que es el equipo del “Ga-Sol naciente” y encima ha sabido anteponer su trabajo a su duelo. Horas antes de comenzar el partido contra Grecia a Pepu le comunicaban el fallecimiento de su padre, noticia que hurtó al vestuario para no descentrarlos del objetivo final.

Pepu Hernández lleva tanto baloncesto en su cabeza como Michael Jordan en sus botas. Su buen amigo, Alejandro González Varona (el que fuera durante años presidente de Estudiantes), dice que Pepu es basket en estado puro, y por extensión generoso. En España no tenemos cultura de baloncesto, (ni la vamos a tener, no se crean que haber ganado el Mundial es para cambiar la tendencia), cualquiera sabe que en los patios de colegio las canastas se ponen en los espacios que dejan las canchas de fútbol. Por eso se desconocen a tipos como Pepu, que es el hombre que ha reparado la moral que en Barcelona 92 nos hundió Angola, después de haber llevado a Epi como portador de la antorcha olímpica que iluminó nuestros Juegos.

Hay que destacar en su biografía la larga etapa en el Ramiro de Maeztu, donde se mama el deporte desde la concepción más humilde, allá dónde los niños botan el balón con una mano mientras comen el bocadillo de la merienda con la otra. Estudiantes ha sido desde siempre la insolencia del pobre que mira a los ojos al rico, y en ocasiones le amarga la fiesta. En Japón Pepu pudo contar con varios de los que formó en la etapa del Ramiro: Felipe Reyes, Carlos Jiménez, Sergio Rodríguez y como ayudante Rafa Vecina al que los médicos dijeron que nunca podría hacer deporte por una polio infantil que le afectó a una pierna, pero del que consiguió hacer una gacela saltarina. Hasta es posible que haya vuelto un poco “demente” a Pau Gasol.

Uno lamenta que no estén vivos Fernando Martín y Díaz Miguel porque el triunfo también es para ellos. Y para todos los que siguieron botando un balón mientras la lógica aconsejaba hacerse futbolistas porque pagaban mejor. Y también de los espectadores que, en muchas ocasiones, se agrupaban en el centro de un pabellón para no pasar frío y eludir las goteras.

No hubo nadie de la Familia Real, era previsible. Tampoco fue el presidente del Gobierno. A nuestro baloncesto le hacía falta una alegría como la medalla de oro, pero debemos saber que seguirá siendo un deporte clandestino.

Pepu es un tío extraordinario. Apuesto diez contra uno a que la semana que viene nadie le reconocerá en un vagón del metro. No importa, somos campeones. No importa que el fútbol sea el llamado deporte rey, nuestros campeones han llegado más lejos y más alto. No importa, mientras haya tipos como Pepu habrá niños que sueñen con que una voz les diga: “¡quítate el chándal, sales a la pista!”. Me alegra saber que no tenemos techo

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