Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Llegado el final de agosto los representantes de futbolistas bufan en el móvil al colgar como Gary Cooper soplaba la punta de la pistola después de haber disparado en el saloon donde el pianista temía por su vida. Apenas tienen tiempo para coger una llamada y especular con la siguiente, para ellos recibir una llamada equivocada son 10 segundos apenas pero 2.000 dólares a la cuneta, el mercado de la carne con botas se agita mientras los presidentes de los clubes poderosos bailan la danza de la seducción bancaria. Aquello de sentir los colores se queda para equipos modestos y para amigos que juegan el sábado al fútbol sala. En el lado profesional se mueven unas cantidades incomprensibles para el cerebro humano, cargadas de ceros y de millones como las distancias que separan a las estrellas, si parpadeas te lo pierdes. Rebasada una cifra todo lo demás nos parecen experimentos de congreso de matemáticos, filosofía de la opulencia, la distancia cósmica que nos separa de los quásares. Las negociaciones de futbolistas no pueden ser secretas, pero no estaría mal pedir que fueran discretas, la mayor parte de la humanidad tendría que reencarnarse cien mil veces en trabajador con sueldo medio para alcanzar la ficha de un futbolista estrella. Cien mil veces paridos y otras tantas ocasiones para buscarnos la vida de forma legal. Ellos, los que estrenan camiseta en septiembre (cuando la mayoría buscamos jersey), ganan tanto dinero que podrían reencarnarse en rentistas durante 2.000 años; el trampolín de la miseria hacia la opulencia es un balón de fútbol. No hay energía mayor salvo la nuclear y ésa está comprobado que no le sienta bien a los cuerpos. Ni los hombres bala del circo llegan tan lejos. La insolencia con la que subastan su salario es una inmoralidad, (en el caso de que esta sociedad tuviera medio gramo de solidaridad). Y, en cambio, sus fichas están en boca de cualquiera, son datos que se cruzan en el desayuno de la máquina. Puede que no sepas el apellido de tu compañero de oficina pero sí lo que pagan por un futbolista. Cleopatra entrando en Roma portada por cientos de esclavos nubios, trompetas, flautas y tambores roncos se queda en nada comparada con la ficha de Ronaldo. Si marca goles es suficiente, si da espectáculo también lo justifica. Si no fuera por los presidentes de clubes de fútbol esta opulencia cósmica (y algo hortera en su puesta en escena), no dejaría de ser una negociación entre dos partes. Pero como en las bodas humildes, si no sobran los langostinos no hay fiesta. Nunca dar patadas resultó tan rentable ni tan ejemplar. Del «niño estudia» hemos pasado al «niño juega bien». Gol es la abreviatura de Dios.
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