Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
La agonía de Fidel se ha convertido en una novela en la que todos saltan páginas para lanzarse a la lectura del final. Seamos sinceros: más que el parte médico lo que se busca es un parte de defunción que alivie. Si se habla en pro del pueblo cubano no estaría de más que quienes anuncian terribles presagios hicieran propuestas de futuro que no consistan en dar con el liberalismo en los morros. La apertura no debería llegar como el terremoto de la marabunta o lanzada con ira desde Miami.
Teniendo en cuenta el hermetismo de La Habana, Fidel Castro podía estar muerto, apenas vivo, muerto y resucitado, herido, o desfondado como el viejo sillón del Hotel Nacional de La Habana donde Lucky Luciano escuchó cantar a Frank Sinatra, en 1946. Pero la retórica marxista que le acompaña no nos permite hacer cábalas exactas, si esperan ver entrar al cura con la extremaunción van listos. Ahora bien, los esfuerzos que realiza la portavocía oficial por mantenerle vivo rozan el ridículo del malabarismo semántico, entre Carlos Lage y Ricardo Alarcón, (baluartes del régimen cubano), van a conseguir que Castro fiche por un equipo de la NBA; sabido es que en su juventud jugó de pívot. Unos dicen que habla, otros que se ríe de lo que lee, otros que ve la televisión y hasta los más osados aseguran que se operó sin anestesia tal y como John Wayne se quitaba las incómodas balas del hombro. El remate del pleonasmo enloquecido aparece en un periódico de Brasilia: «Castro está bien mal», ¡toma del frasco!, el partido que le habría sacado Cabrera Infante a esa frase. Otros hablan de la eventualidad cubana sin saber que lo eventual ha sido la singular aportación isleña a la política del siglo XX, la eventualité, de otra manera no se entiende que una isla gobernada por un dictador odioso para la gran mayoría haya resistido cuatro décadas largas siendo vecina de Estados Unidos.
El máximo dirigente de Cuba ha agotado la Historia, las crónicas, las predicciones y ahora las necrológicas, por lo tanto no le queda más remedio que morirse. La filtración es de buena fuente, aunque el régimen no crea en Dios también tiene su red de monaguillos. El dictador cubano acuñó aquello de «la Historia me absolverá», en el juicio por el asalto al cuartel de Moncada, pero del cotilleo no le libra nadie. Lo que más va a sentir es no poder hablar en su funeral (laico), la única vez en la que acudirá a un acto oficial teniendo que guardar obligado silencio.
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