(COLPISA/VOCENTO, 20 de marzo. 2012)
Alguien deberá volver a echarse la mochila al hombro como hizo Labordeta en su día para recorrer España, y hacerlo igual que Peridis que buscaba arte entre las ruinas del románico. Un explorador moderno, sin zurrón pero con GPS, podría hacer un curioso estudio acerca de la enorme ruina municipal hispana que nos rodea. El secretario de Estado de Administraciones Públicas, Antonio Beteta, eleva a cuatro mil los ayuntamientos españoles que están en la banca rota. La cifra no toma su dimensión exacta hasta que no compruebas con datos del Instituto Nacional de Estadística que cuatro mil municipios son la mitad exacta de los que hay en España. Esa es la dimensión del drama presente que da para un guión de cine: “Este pueblo es una ruina”.
Aprovechando esta circunstancia habrá quién quiera cargarse el principio de soberanía municipal que consagra la Constitución y lo haga basándose en criterios económicos que le pueden dar argumentos de sobra, (si se fusionan empresas pequeñas, ¿por qué no iban a hacerlo pueblos endeudados que no pueden sostener sus balances, ni pagar nóminas de funcionarios o facturas a proveedores?). Y quizá no les falte razón porque en muchos casos no haya otro remedio, pero la cuestión fundamental va por encima de este argumento y se instala en la responsabilidad de los gestores: alcaldes y concejales. Hay responsabilidades económicas que no deberían extinguirse con el voto, no es suficiente dejar el poder para lavarse las manos y que las deudas pasen a ser responsabilidad de otros.
Años de opulencia nos han llevado a un principio de gestión a lo hortera, alcaldes “rumbosos” han gastado como si la deuda fuera un tejido vivo que se regenera a sí mismo, sin pararse a pensar que no todos los pueblos han de tener piscina de olas, (literal), o con agua caliente que se caldea con una elevada factura de luz. Aquella manera de gestionar el ayuntamiento como si fuera Montecarlo nos ha traído esta ruina tan dolorosa. Quién más y quién menos se ha creído Alberto de Mónaco y ha competido en lujos y lujurias con el famoso principado mediterráneo. Los principales responsables de la quiebra se escudan detrás de los votos o de excusas de mal pagador.
Años de impunidad fueron el caldo de cultivo para procesos a lo Marbella pero no es “malayo” toda la ruina que reluce porque historias municipales de pánico se conocen en todas partes. Se podrá discutir el modelo pero antes habrá que pedir responsabilidades, exigir daños y perjuicios para aquellos munícipes que se creyeron reyes de taifas, impunes señores que manejaban cofres llenos de dinares, víctimas de los efectos que provoca el brillo del oro en las mentes simples. Por su culpa pisamos estos hierbajos.
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