(“El Boletin“, 11 de julio 2012)
Para ser un miércoles luminoso de julio todo lo que nos rodea en la calle tiene un tono oscuro, triste, sombrío; miércoles de ceniza. No en vano una de las mayores movilizaciones de los últimos tiempos se hace llamar “la marcha negra”. Parece que tiznado de pesimismo Rajoy ha anunciado unos recortes que ponen mas tristeza en el horizonte en el que se eliminan pagas, se podan prestaciones, se cercena la esperanza de encontrar empleo a muchas personas a las que se condena al final de la recuperación económica.
Rajoy está poseído por el espíritu de Ángela Merkel, se trata de una posesión demoníaca que le lleva a hacer cosas que antes no quería, entre ellas subir “las chuches de los niños”. Creo que algo de esto apreció el obispo de Santiago de Compostela cuándo le estrechó la mano el pasado domingo. Rajoy además de preocuparse por tomar medidas tendría que comprobar si le da alergia el agua bendita y si últimamente gira el cuello trescientos sesenta grados con naturalidad. En efecto sería llamativo pero no es grave porque con un buen exorcista se consiguen efectos inmediatos en almas simples. Haría bien en mirárselo porque se le puede escapar y ponerse a hablar en arameo antiguo en la tribuna del Congreso, ese don de lenguas es propio del maligno y Rajoy siempre ha tenido problemas hasta para hablar inglés.
La tristeza es horizontal y va desde los funcionarios que se quedan sin paga de Navidad a los autónomos que verán cómo suben la gasolina y cómo las facturas se volverán problemas matemáticos irresolubles. La tristeza ha llegado a TVE dónde programan series de la transición, a base de ahorrar han logrado que la postal sea la de un país en blanco y negro, triste como las orejas del burro pardo de la que hablaba Gabriel Celaya en “Perdonen la tristeza”.
Una pensadora del neoliberalismo catódico como fue Leticia Sabater ya no podría gritar eso de “¡a mediodía alegría!”. Que no, que ahora la alegría se despacha en pastillas y para eso han puesto el copago: para que no se inflen de alegría aquellos a los que se va a recortar. La próxima vez que se crucen con un hombre de negro por la calle deberán bajar de la acera para cederles el paso, ellos mandan, y nada hay más triste que la sombra que deja un hombre de negro.
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