(“LAS PROVINCIAS“/VOCENTO, martes 11 de febrero 2014)
En la entrada de los juzgados de Palma de Mallorca debería figurar la frase de Groucho Marx: “disculpen si les llamo caballeros pero es que todavía no les conozco”. Frase que resume a la perfección el baile de truhanes y el desfile de presuntos que se echan tierra encima unos a otros. La Infanta Cristina participa también de este poco ejemplar espectáculo pero sin renunciar a uno sólo de sus privilegios.
La defensa de la Infanta ha optado por una estrategia de cabaret que nos ha tenido pendientes de una rampa como hacía años mirábamos a Norma Duval descender las escaleras del Folies Bergere de París. La Infanta podía haber hecho un digno paseíllo pero eligió entrar en coche y en la puerta ser saludada por su abogado que en acto de genuflexión sólo le faltó añadir a un niño con un ramo de flores como si la Infanta en lugar de dar cuentas ante la Justicia fuera a inaugurar una casa de la cultura. La defensa seguro que ha estudiado al milímetro la imagen de desaliño intelectual que presentaba la Infanta, una desmemoria de ciclogénesis explosiva. Por cierto, en su vida había sido preguntada con tanta intensidad y mucho menos se habían dirigido a ella de usted como hizo el juez Castro, menudo sofoco por tanto.
La declaración fue extensa en tiempo pero se podría resumir en un no sabe/no contesta repetido hasta la extenuación y entre sonidos de vuvuzelas que llegaban desde la calle dónde un grupo de poco partidarios se hacían notar. El no saber de la Infanta no le exime del cumplimiento de la Ley salvo, claro está, que la defensa crea que también va a cruzar por el Código Penal en coche. Se entiende mal el entusiasmo que mostraron a la salida ante los micrófonos.
Llevados por ese desvarío todo se reduce a un espectáculo más propio de opereta que de zarzuela con Urdangarin en el papel de malo que engañó a su mujer de mala manera para obtener un lucro empresarial desmesurado. Y ella inocente porque no recuerda, no sabe, no estaba, no sabía. En serio: San Valentín el viernes y estamos ante una historia de amor que si se ambiente en Venecia, en lugar de en Pedralbes, seria un best-seller de gran tirada. Una vez superada la rampa que tanto juego nos dio, y metidos en este gran despropósito, ¿por qué no incluimos a la famosa rampa como meta volante en la Vuelta Ciclista a España?, al menos se le sacaría un rendimiento comercial que ahora no tiene.
En este romance en el que todos juegan con cartas marcadas hay una parte perversa que no se puede eludir: Urdangarin sigue siendo duque grande de España y Cristina mantiene su posición en la línea hereditaria, asuntos que perjudican a la Corona que significa ejemplaridad y continuidad en el tiempo. Quizá eso no lo ha tenido en cuenta la defensa que está metida en el espectáculo pero no parece ver mucho más allá. Será que piensan esgrimir la atenuante de loco amor pasional como hacen en las telenovelas venezolanas.
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