(“ABC“, 20 de marzo. 2012)

Decía el rey ayer en Cádiz que hace doscientos años el pueblo español supo estar por encima de sus gobernantes, y puede que otra vez asistamos al mismo fenómeno histórico. Han pasado dos siglos pero algunas cosas no cambian, y en todo caso si lo hacen es a peor.
Las continuas maneras de discrepar, ya sean en forma de marchas de colorines o de acampadas lúdicas no son el problema si no el síntoma de un profundo descontento colectivo. Y, a partir de ahí, puede parecer que existe un gazpacho confuso en el que se mezclan antisistemas con ecologistas y a todo se le pone el sambenito de radical y cualquiera que tenga perro y sepa tocar la flauta se ha ganado la enemistad de las altas instituciones madrileñas. Y no es verdad, o en todo caso si hay quién piensa que el movimiento del 15-M en la Puerta del Sol se debió “sólo” a la actividad de un grupo reducido de personas entonces habrá que premiarlos por su alta capacidad para el marketing directo de las conciencias colectivas.
Esa mezcla espesa, confusa, en la que se cree que Cayo Lara en persona se lleva un “porciento” de las camisetas verdes, en el que se buscan manos negras con bolsillos llenos, o dónde se pone en tela de juicio cualquier reivindicación ciudadana por tenerla por altamente peligrosa, no deja de tener un punto ingenuo, demasiado simplón. En otras épocas se habló de un enemigo invisible que tenía como principal característica ser “judeo-masónico”, ¡casi nada! Los niños de entonces no entendíamos mucho de aquello pero nos imaginábamos a un soviético metido en un despacho pensando cuál era la mejor manera de hacernos la puñeta.
No es Madrid Hamelin y no hay flautistas que lleven a las masas hacia el río Weser. Dentro de los márgenes legales se puede, (hasta se debe), ser crítico. No confundir pueblo con paisaje pintado al óleo, nos lo enseñó Goya.

Compartir: