(“ABC”/MADRID, martes 29 de enero 2013)
Parece que el creador de la carpa no ha ido mucho a los toros porque cuando comienza y termina la temporada, (marzo y octubre), corre un biruji por el cuello que causa “catarro venteño”. Habrá que esperar a lo que digan los técnicos pero techar la primera plaza de toros del mundo ha salido rana.
Aclárese que la cubierta era para hacer caja, (de manera legítima por supuesto), con espectáculos no taurinos. Se trataba de crear un recinto todo tiempo que soportara conciertos, eventos deportivos y circos varios hasta la llegada de los clarines y de que comenzaran a sonar los cencerros de los mansos de Florito en los corrales.
Ahora que nadie ha resultado herido recuperemos el dicho de “los experimentos con gaseosa” porque esa imagen de la Plaza no es la deseable. Bien que tocara el estudio de resistencia de materiales pero se entiende que para eso están los bancos de pruebas que deben ser los últimos bancos fiables de España. Poner la boina y esperar a ver qué pasa se antoja una terrible barbaridad. Hasta el momento el peligro en Las Ventas estaba en que un toro saltara al callejón, nadie contaba con que el techo se viniera sobre el albero.
Antes de colocar la boina “made in Estrasburgo” existieron otros intentos de cubrir la Plaza. El que esto suscribe dirigía la comunicación de Las Ventas cuando el empresario quiso desplegar un inmenso abanico elevado en una grúa-pluma para que el abrirse acabara con el sol que castiga a la mitad del tendido. Aquella idea brillante se cortó de raíz porque unos estudios físicos dijeron que no era desdeñable que el abanico se viniera abajo descalabrando a parte de los abonados. Y todo por culpa de ese viento madrileño que forma parte de la tradición de los carteles: “con permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide”. Decía Gómez de la Serna que viento no sabe cerrar las puertas.
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