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Mi radio

febrero 13th, 2014 - el boletín - Sin comentarios

(“EL BOLETIN“, jueves 13 de febrero 2014)

La primera vez que pisé un estudio era en la desaparecida Radiocadena de la calle Ayala en Madrid, antes había sido “La Voz de Madrid”. En el estudio había un piano y en la soledad de la noche un tipo delgado con bigote hablaba con un flexo como toda iluminación. Recuerdo el olor de aquel estudio en el que conocí a Federico Pérez de Lema y a Ignacio Aúz, ambos ya desaparecidos como aquella emisora, aquel tipo de radio de autor, esas noches que tan bien retrató Garci en “Solos en la Madrugada”.
Hoy es el Día Mundial de la Radio un medio al que le he dedicado veinticinco años de mi vida y del que guardo los mejores recuerdos y también las decepciones más amargas. Un viejo técnico de mantenimiento de Radiocadena ya en la calle Huertas, (en el edificio “Pueblo”), me dijo que la radio era maravillosa hasta que llegamos nosotros, los periodistas, y nos la cargamos. No le faltaba razón, tengamos en cuenta que aquel hombre había trabajado con Bobby Deglané. Los periodistas éramos los que dábamos más importancia a las declaraciones de un político que a respetar el silencio, las pausas, las entradas de los discos para “no pisarlos”. Una radio creación por la que siempre sentí un cariño inmenso porque mi amigo Paco García, técnico de Radiocadena y de Radio Nacional donde trabajaba en los estudios dramáticos, me enseñó a amarla. Paco me traía guiones para que aprendiera a “escribir radio”.
De todo esto ha pasado mucho tiempo; luego conocí a ejecutivos de paso que creyeron que una empresa radiofónica se podía gestionar con un “power point” y se cargaron la magia para poner ordenadores que programan discos sin que nadie los presente. Por desgracia erraron en sus cálculos y, por desgracia, hoy quedan menos emisoras que cuando empecé en este negocio. Sobre la conciencia de los del “power point” quede haber enterrado la ilusión de no pocos profesionales. Con enorme pena recuerdo cuando al grandísimo José Luis Pécker al final de su carrera se le mandaba a cubrir aperitivos por los bares de Madrid, y se le obligaba a entrar por teléfono, (se escuchaba como caían las monedas mientras hacía la crónica de unos mejillones tigres y el precio de una caña).
La radio es un medio hermoso en el que he conocido a muchos amigos y también a detestables escaladores que también iban de paso y fueron capaces de “robar” ideas y programas sin ningún tipo de dolor de conciencia. De ellos, y de ellas, es mejor ni acordarse.
Este relato de recuerdos y ondas hertzianas lo brindo a la memoria de los pioneros que supieron crear la magia. Luego vinieron los que jodieron el asunto. El viejo técnico de mantenimiento que habitaba en el laboratorio de “La Bruja averías”, entre cables, en su sanatorio de micrófonos rotos, tenía razón.

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