(“ABC“/MADRID, domingo 3 de febrero 2013)
Madrid tuvo playa así que menos risas cuando se dice que a la ciudad solo le faltan las olas. Madrid se construyó sobre leyendas de sirenas y si nos fijamos bien El Rastro sería el recuerdo de una zona portuaria donde llegaban las mercancías y se hablaban diversas lenguas. Desde un punto de vista mitológico Neptuno paseó su tridente por la Ronda de Toledo, y de una manera mas épica podríamos decir que la estatua a Cascorro está dedicada al primer soldado que desembarcó en nuestras costas. Quién no crea en mitos que se dé una vuelta por El Rastro donde siempre hay marineros que venden productos traídos de tierras lejanas.
Hay varias leguas de mar por medio en los acentos de los vendedores de puestos ambulantes y un color de piel exótico que contrasta con los vendedores tradicionales cuyo ADN castizo entronca con los tiempos del maestro don Ruperto Chapí, (al “Pichi” no le hace falta abrir la boca, se le nota que es de aquí).
Todo lo que ha sido esta ciudad está en El Rastro: los muebles antiguos, los cabeceros de hierro, las gafas que se dejó el abuelo y unos percheros en los que colgar el sombrero y el gabán. Para quienes no crean aún en el pasado oceánico y no acepten que por allí estuvo una Atlántida sumergida que compren una caracola y acerquen su oreja, o que entren en cualquier bar a escuchar relatos de piratas. Si en El Rastro le dicen que son productos recién traídos del mar, créanselo, y de esa forma contribuirán a prolongar la leyenda de una parte esencial de Madrid dónde trabajaron los ropavejeros y curtidores, y se firmaban contratos con apretones de manos. La leyenda del mar va a ser cierta, igual que la especial relación vendedor/cliente que se resume en la idea de: “tonto el que no regatee” y la segunda parte: “tonto el que crea que me está regateando”. Aventuras de tabernas portuarias que son relatos auténticos… y ponga jefe otro vermú con tapa de boquerón que este solecito dominguero acompaña.
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