(“OTR/EUROPA PRESS“, 18 de julio 2012)
El comandante Cousteau nos enseñó un fascinante mundo submarino vestido con un traje de neopreno y ayudado por unas botellas de oxígeno. Cousteau nos llevó a las cuevas de las barracudas, a las praderas marinas en las que caminan manadas de langostas en libertad, nos acercó al territorio de los tiburones y al de los atunes. Llevados por ese espíritu aventurero podemos aplicar los principios del famoso marino a otras especies, por ejemplo a la del político con coche oficial. No hace falta ser el nieto de Darwin para disfrutar de un espectáculo llamativo, apenas es necesario viajar hasta Madrid y situarse en la estratégica Plaza de Cibeles a las dos y veinte de la tarde, (para mayor detalle se recomienda la esquina del Banco de España porque ahí se aprecia con todo esplendor el mayor espectáculo del mundo: el político en su coche oficial).
A esa hora es cuándo se dan cita los coches oficiales del Ayuntamiento de Madrid mezclados con los de la Comunidad a los que se añaden los de algunos ministros y diputados con derecho a vehículo, todos ellos camino de sus respectivas comidas oficiales en las que ¡por supuesto comerán de menú! Ese espectáculo casi pornográfico del dispendio en cuatro ruedas es muy entretenido porque no cesan de pasar coches con o sin escolta, algunos de ellos saltándose semáforos en rojo porque para eso las multas las pagamos entre todos.
A pesar de que la Comunidad recortó hace un par de años en coches, y que el Ayuntamiento hizo lo mismo, el caso es que el efecto óptico sigue siendo el mismo: hay abundancia de coches oficiales que dan el cante en tiempos de la pregonada austeridad. Si hay una ciudad bien comunicada con transporte público es Madrid y a los altos cargos les sale el abono de transporte por la patilla en función de su rango pero es curioso el apego que se tiene al coche oficial. Uno puede cambiar de trabajo, pareja y ciudad pero nunca lo hará de equipo de fútbol y de coche oficial, (en el caso de que tenga derecho a él).
Desde luego que sería más vistoso si fueran en coches de caballos pero a efectos del lujo las ruedas de los coches oficiales suenan como cascos sobre adoquín: sobrias, elegantes, distinguidas.
Cousteau nos diría que el ecosistema del alto cargo ha permanecido intacto a pesar de la crisis. El único depredador al que ha de temer no es tanto al ciudadano con los votos como al secretario general del partido que le coloca en el puesto relevante. Algunos, caso de Celia Villalobos, deben haber olvidado hasta cómo se abre la puerta del coche por dentro porque llevan toda la vida dejándose mecer por suaves amortiguadores.
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