(“ABC“/MADRID, martes 10 de diciembre, 2013)
Cuentan los que estuvieron este fin de semana en el centro de Madrid que había tal mogollón en la Plaza Mayor que ni Chencho se pudo perder de la mano del abuelo, y que acabaron en Preciados no por iniciativa propia si no arrastrados por la turbamulta que los desplazó. Desde que en los estudios de Samuel Bronston se rodó “La Caída del Imperio Romano” no se recordaba tal acumulación de extras; cambiemos romanos con lanza por gente con bolsas navideñas y se entenderá mejor esta migración que atascó la salida del metro hasta que la Policía borró la parada de Sol del mapa.
Fueron tres días seguidos de gente en tropel llenado las calles de colorido, ambiente navideño y algún que otro pisotón porque cuando mas de dos personas se tropiezan en la misma esquina alguna se lleva un cabezazo o un pisotón, (habitualmente suele ser quién esté peor de los juanetes de tal manera que al llegar a casa puedan decir que está “matado de los pies”, expresión bastante vulgar que describe un sentimiento de derrota). Los tres días fueron vividos con una intensidad apabullante como si no hubiera un mañana, como si la Puerta del Sol tuviera un imán que atrajera las mentes, como si hubiera la necesidad de vivir al límite la experiencia imposible de cruzar Arenal de lado a lado.
Una exageración, sin duda. Hasta dicen que el oso se tuvo que subir al madroño para no ser arrastrado y acabar calle Alcalá arriba. Por estas razones no se perdió Chencho como en la película aunque al abuelo le dio un subidón de coronarias que le llevó a tomarse la pastilla en un bar donde pidió un bocata de calamares pero ya no quedaban. De hecho no había cefalópodos en el Cantábrico para cubrir la demanda de calamares que hubo este puente en Madrid. Gran éxito de convocatoria, eso sí de “relaxing” nada de nada, imposible.
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