(“OTR“/EUROPA PRESS, miércoles 16 de octubre 2013)
María de Villota tenía muchas ganas de vivir, muy por encima de la media que bosteza e ignora su presente, una fuerza que surgía de haber sido superviviente a un naufragio tremendo que le costó un ojo pero que le pudo haber dejado en el sitio. María salió de las anestesias y gritó que había que aprovechar la luz para no caer en la sombra de la desesperación porque un enfermo no es mas que una persona que lucha por recuperar la salud, nunca alguien que se rinda. Tantas ganas de vivir tenía que días después de su muerte ha aparecido su libro “La vida es un regalo” que ya es un testamento a compartir con otros. Me consta de la vitalidad y de la luz de María porque compartimos el mismo cirujano plástico en La Paz, el doctor César Casado y su equipo que consiguen milagros en situaciones muy complicadas. El cráneo de María era un puzle que supieron encajar con maestría.
María de Villota se ha perdido la presentación de su libro y yo he perdido la oportunidad de conocerla porque me consta que a César Casado le hubiera gustado que coincidiéramos, no tanto porque compartiéramos la pasión por los coches, (en mi caso inexistente), si no porque la vida nos ha dado cornadas parecidas y de ellas hemos intentado salir reforzados. Tengo la rara sensación de haber sido amigo de María sin haber cruzado una palabra, a fin de cuentas la amistad la elegimos cuando y de la manera que nos da la gana. Nunca he coleccionado cromos de futbolistas, ni he tenido carpetas forradas para ir al colegio pero sí que encontré en el rostro de esta piloto a una persona en quien confiar.
El concepto de regalo lo deberíamos tener presente cada mañana que ganamos un día mas: un premio tan impresionante como un Nobel que nos es dado en razón de respirar y estar vivos. Y, también es una enorme cura de humildad. A todos los que se creen poderosos, imbatibles, dueños de su vida: banqueros, políticos de alto nivel, egoístas de oficio, les daba un paseo por la planta de oncología infantil de cualquier hospital y luego les dejaba un rato meditando entre sus juguetes.
Tenía razón María de Villota cuando sentenció que la vida es un regalo, la suya fue también ejemplo de superación y al final cruzó meta no por delante de un Ferrari si no por delante de muchos que no se han enterado de que la felicidad es pequeña pero hay que disfrutarla a lo grande, a pasitos cortos. Igual que esos parches de colores con los que retaba al mundo desde una sonrisa especial, la de una campeona.
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