(“ABC-Madrid”, 18 de agosto. 2012)

En cierta ocasión le escuché a un castizo de verbena que la vida había que tomársela con calma porque “hay más días que botellines de cerveza”, (ese hombre era un sabio o al menos un gourmet del botellín con tapa). A Madrid ha llegado esta moda del descorche barato que comenzó en locales de la costa, es la fiebre de la cerveza al cubo destinada a captar a jóvenes de la generación sin mili pero muy identificados con un quinto y un tercio. Costumbre que lejos de amainar irá a más porque en tiempos de crisis cualquier alegría para el bolsillo es obligatoria dársela, otra cosa es que perjudique a los bares que tiran cañas y tienen poco margen para abaratar los precios.
Madrid hace tiempo que le declaró la guerra al botellón pero nada hay que decir en contra del botellín siempre que sea consumido en bares y terrazas. El beber a morro tiene su arte, es como beber de un botijo, si lo haces mal caes en el ridículo pero si eres capaz de sostener la mirada de la chica que te gusta entonces habrás conocido la felicidad que da la espuma de cebada compartida. El gesto de chico duro cogiendo la cerveza por el talle ha generado mucha literatura de bar que se narra después del amanecer.
Si aquel viejo castizo, uno de esos que remataba frases con un “naturaca”, hubiera conocido esta época dorada del botellín supongo que habría vivido mil años porque a estos precios y hasta que el IVA nos separe no hay otra manera más barata de pasar una tarde con los amigos. Aún te puedes tirar el pisto de pronunciar la frase mágica: “esta ronda la pago yo”, y experimentar el poderío de rico financiero internacional que da el tener cinco euros en la cartera, (y otros cinco más por si fuera menester quedar como un príncipe).

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