Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
El camino de la santidad no está marcado por señales y luces, muy al contrario transcurre entre la poesía cotidiana de San Juan y la vida ramplona. En estos tiempos de canalleo y navajas en los que para trabajar en un medio de comunicación hace falta un master en mala leche, sorprende que haya un periodista español en la lista de espera de Roma. Se llamó Manuel González Garrido y le tocó ser español, periodista y contemporáneo de la Guerra Civil (porque las desgracias nunca se presentan solas).
A Lolo se le atribuye la curación de un niño de un año y múltiples actuaciones cargadas de bonhomía. La santidad le viene por no haber escrito nunca con tinta agria una actualidad que no siempre permite la sonrisa. El oficio, el nuestro, el de contar lo que pasa, debería estar más próximo del trabajo de unas monjas que cosen en el claustro. No se sabe por qué corremos detrás de la noticia como si el mundo se fuera a terminar cada vez que suenan las señales horarias de la radio. El periodismo, por horario y por tratarse de oficio manual, siempre estuvo más cerca del panadero que del banquero, pero hoy usamos corbatas de ejecutivo los que deberíamos gastar zapatos de suela de humildad.
Ruano, Gómez de la Serna, Umbral, Vicent, Haro y Delibes nunca serán santos, no por culpa de lo que han escrito sino de este nivel de estrés profesional que nos estamos dando. En las manos de Benedicto queda el expediente de un español bueno, esperemos que le quede tiempo entre aniversario y festejo del quinto centenario de la Guardia Suiza.
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