Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Como decía aquel anuncio evocador de esencias para cantamañanas: ?hay otros mundos pero están en éste?, pruebe usted a ver las imágenes de carnaval y luego compare con la cara de sobriedad cotidiana de nuestros políticos; ahí está la diferencia. Una vez al año y por milagro de ancestrales costumbres que vienen de cuando el hombre era un aldeano sin complejos, la lógica se quiebra en beneficio de las carnestolendas. No hay pecado sino simplemente tentación que es el atajo del deseo cuando lleva prisa. Días de fajo y refajo, de caras duras que se ponen tiernas, de loquitos y también de bebedores de la risa a granel en botellones sin etiqueta. En carnaval se estira el espejo del absurdo y se somete la lógica a una sesión de cosquillas en los pies con plumas de ganso.
Y no es que haga falta acotar un tiempo para la diversión carnal, (hemos llegado a la sociedad del hedonismo en sesión continua donde los placeres se despachan sin receta), pero de las viejas costumbres ésta es la que prevalece con mayor raigambre. La pregunta que nos podemos hacer es ¿no será que el carnaval es todo el año pero sólo unos días nos ponemos la careta? La risa es el denominador común que tienen las personas: un resorte de la comunicación no verbal que funciona en cualquier idioma y en cualquier circunstancia. Una fiesta que invita a reír es una gran idea en cualquier caso.
Y luego está, punto y a parte, el carnaval con letras mayúsculas, el despelote carioca del sambódromo de Río de Janeiro donde o eres bombo o domador de caderas bravas. Ese espectáculo que es un escaparate de la moda en cirugía plástica para la próxima temporada y donde ellos sudan y ellas arrasan. Es posible que en función de cómo se divierte se pueda analizar el comportamiento de un pueblo, cuando me digan en qué consiste el carnaval de los esquimales sabré qué nivel de desarrollo cultural han alcanzado. En este sur del norte donde se sitúa la Península hay bastante tradición de burlarse de los pecados tan sólo unos días de febrero, algo mucho menos intelectual que en Venecia o en Alemania y más al sur, en Canarias, tan caliente como si fuera una provincia más de Brasil. Aquello es Santa Cruz de Janeiro o Las Palmas de Río.
Y entre máscaras y trajes hechos para un solo baile se cuela la realidad que es, muchas veces, una agobiante referencia. Por eso le hemos cogido tanto cariño a Don Carnal, no tanto por su relación con Doña Cuaresma (que es casi incestuosa), sino por abrir la puerta a la diversión. Aunque sea una vez al año, aunque sea porque a nadie se le pregunta su origen ni su voto, y porque se disfrazan los niños de mayores y los mayores de niños.
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