Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
No hace falta viajar en el tiempo, no es necesario comprar una de las máquinas de H. G. Welles de segunda mano, la carajera matutina de este domingo tiene una explicación: somos los mismos pero en otro cuerpo que se nos parece bastante y que mira extrañado la hora, nos hemos caído dentro de Matrix sin encender la pantalla, ¡Díos mío cómo puede ser tan tarde! Y, además, no tiene remedio, en ninguna oficina de consumo van a tramitar la queja para que nos devuelvan la hora que nos han quitado, (a ellos les parecerá que el sueño es prescindible, pero si la idea es tan fantástica que la apliquen en día laborable y así nos vamos del trabajo una hora antes).
Nuestro cuerpo dará tumbos durante tres días hasta que se adapte al nuevo horario, olvidan que somos animales de costumbres y como el gallo nos guiamos por la luz. El único que se pone contento es el vídeo al que nunca le cambio la hora porque jamás leí el libro de instrucciones, cuando llega la primavera me mira socarrón como diciendo: «¿ves?, ya lo sabía». Se ha pasado el invierno dando una hora imposible y le ha llegado el momento de ajustarme cuentas. El video dice que estamos locos y yo le respondo: tú graba y calla.
Uno de los efectos secundarios del Estado social y del bienestar es su intervencionismo constante y de pacotilla: manejar los husos horarios para desnortar no es de recibo. No estaría mal que el Estado protector, tan preocupado está por nosotros, un día al año nos despertara con una lluvia de pétalos de rosas acompañada por un violinista checo, (cursi pero entrañable escena).En cambio, al gran hermano le encanta mandar sobre nuestras conciencias, la máxima expresión de control es tocar el tiempo, manejar las agujas y descolocarnos de una forma brutal, retorciendo el cuello al bolero que pedía compasión al reloj que marcaba las horas, eso a Olga Guillot no se le hace.
Una cosa es tener fe en el futuro y otra es que nos precipiten hacia él impulsados por decreto solar obligatorio. Ellos verán, pero igual les sale más rentable no trastocar al personal que ahorrar un cinco por ciento de petróleo. Yo no soy una bombilla de bajo coste, ni una batería fría, prometo que me da igual trabajar con más o menos luz, en cambio la alteración horaria me produce la inquietud de los caballos cuando huelen una tormenta.Si lo hacen para que les den las gracias los electrodomésticos van listos.
En Francia la señora Eleonore Gabarain encabeza un movimiento de protesta al cambio de hora, su postura es regresar a los husos horarios del siglo XIX cuando no había narices para mandar sobre el tiempo. La señora Gabarain debe saber que todo esfuerzo inútil está condenado a la melancolía. Las medidas absurdas también dejan efectos secundarios, estamos ante uno de ellos: 30 años de jugar con los relojitos deben explicar bastantes de los males síquicos que nos aquejan, claro que esos no cuentan en la estadística.Ya vendrá un economista agresivo a saltarse el mes de vacaciones de nuestros calendarios. Si el Sumo Hacedor hubiera hecho como ellos, en lugar de tomarse el domingo de asueto habría pasado del sábado al lunes para ahorrar la energía de un día de pereza.Se empieza por hacerle trampas al reloj y se termina haciendo del dios Cronos un travesti agradecido. Mañana será un lunes al sol especialmente largo.
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