Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
En breve, antes de que mayo se esconda tras la última hoja del calendario, Madrid contará con el llamado “testamento vital”, que no es otra cosa que la libre disposición de la casquería de uno y las órdenes oportunas para llegado el caso del infortunio. El hombre, (poca cosa aunque sueñe con proyectos elevados), en el fondo es un catálogo de vísceras y de combinaciones químicas que cuando se descomponen tienen el valor del polvo enamorado que decía Quevedo.
Ha llegado el momento en el que podamos disponer de nuestro destino final, (y de paso dejemos de ser un problema para nuestros familiares). Que se haga cierta aquella frase del torero que en la UCI de la Paz, dijo: “ni cables, ni enchufes”, y se dejó extinguir como si la vida se le fuera por un boquete abierto, a caño libre.
Y que cada uno disponga de sus órganos para mayor provecho de la ciencia. Mientras está por descubrir lo de la vida eterna no está mal contribuir a esta vida cotidiana con las piezas de recambio que podamos dejar.
En el Concilio de Nicosia la gran discusión teológica fue si los calvos resucitarían con pelo, o sin pelo. A pesar del alto nivel del debate no se llegó a acuerdo alguno.
Mientras todavía el aire nos sostenga, y antes de “que el tiempo nos alcance”, (como diría Alfonso Guerra), tenemos la oportunidad de dejar negro sobre blanco lo que es nuestra última voluntad consciente. Y, quién sabe si la vida eterna reside en el reciclado permanente de córneas y riñones en buen estado.
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