Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
El año que viene entrará en España una norma sobre ruidos que ampara la Comisión Europea, ríanse del carnet por puntos, ya le pueden ir poniendo sordina a la tapa de las cacerolas para que no les multen. Cualquier persona que se encuentre bajo la tiranía del ruido ajeno podrá levantar una queja, se supone que la policía multará o pondrá esparadrapos en la boca, o atará a una silla (según los casos), a las personas de vida disipada y con la molesta costumbre de hacerse notar. Pero una cosa es la normativa y otra la realidad; somos un país de voces altas, de restaurantes ruidosos, de niños vocingleros y de cotorras/os que comen alpiste.
Al español no le basta con ir a un sitio para sentirse feliz, además lo tiene que hacer notar, que conste su felicidad y que su presencia no pase desapercibida en ningún caso. Leo, con entusiasmo de cazador de noticias imposibles, que a un vecino de la avenida de Portugal le han denunciado por ?el ruido de las voces? y el taconeo?, asunto que entronca con el surrealismo en estado puro. En vez de darle una beca para que estudie en el Bolshoi y mejore su técnica, se le tramita un expediente sancionador para que deje de dar el coñazo, ¡pero ya! Los vecinos quedarán más que satisfechos mientras que para él se tratará de un ataque a la libertad de expresión y el arte. Si ya no podemos tener una flamenca y un toro encima de la televisión, y tampoco nos dejan taconear, apañados estamos.
También es verdad que no todo el mundo tiene la gracia de Sara Baras, o de Rafael Amargo, y que un vecino taconeando a destiempo le arruina la carrera a un santo. Toda paciencia tiene límite y me imagino que las reuniones de esa comunidad deben estar presididas por la tensión previa a un combate de pesos pesados. La solución no es fácil: o consiguen que el artista deje su vocación, (y que no se pase a tocar el trombón o al heavy metal), o le pagan una beca en una academia de baile español. Ya que les va a tumbar las lámparas del techo al menos que sea alguien que tenga talento.
Además, el taconeo es siempre muy espectacular, se vive de forma muy intensa. Hay taconeos muy parecidos a la erupción de un volcán, gente que con los pies desata la furia de los elementos, personas de aspecto apacible que cuando les domina el genio del arte son puro manojo de nervios con suela de chapas. Este vecino puede alegar que su cuerpo son dos mitades que apenas tienen trato, su cabeza dice pero las piernas se le escapan solas. No está poseído por el maligno sino por el arte. Su principal problema es convencer a los vecinos antes de que cumplan sus amenazas. O, en todo caso, buscarse un bajo y poner una alfombra en el suelo.
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