Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
El alcalde se ha construido un palacio municipal; para entendernos, es algo más que una residencia administrativa. Sarkozy puede presumir de tener el Palacio del Elíseo y Gallardón de gobernar desde la opulencia capitalina madrileña. En realidad, ¿para qué quiere ayudar a Rajoy a ganar las elecciones, si él va a tener un despacho mejor? En todo caso debería ser Rajoy el que pidiera a Gallardón que le llevara de número dos al Ayuntamiento.
¡Cáspita con la nueva casa consistorial de Madrid! ¿Qué hubiéramos dicho si el Príncipe Felipe hubiera escogido al Palacio de Oriente como residencia oficial? Gallardón no oculta sus deseos de grandeza y de moqueta. Para semejante empresa deberá cambiar el oso y el madroño (símbolos del pasado) por un águila y una palmera de Dubai. Así, a lo grande.
Dicen que ha puesto mucho cristal y que le ha dado lustre a las vidrieras de Maujeman, que son el orgullo del arranque de escalera de Nuestra Señora de las Telecomunicaciones. Asomado a su balcón, puede experimentar lo mismo que Leonardo di Caprio en la proa del barco más grande del mundo, es el rey del mundo, con un par.
En el fondo no es más que una guerra de balcones: si la presidenta regional tiene uno en Sol (desde el que se proclamó la II República), él tiene otro en la Castellana desde el que se puede proclamar emperador del Imperio Popular y competir en la nueva entrega de la Guerra de las Galaxias. Por balcones, y por echarle cara, no será.
La soberbia del alcalde merece un edificio como éste. Aunque quizá se haya quedado corto. ¿Y poner su despacho en El Prado, entre cuadros de Velázquez y Goya? De esa forma su porte egregio pasaría a categoría de ego al óleo.
Repelente con balcones a la calle es una categoría social. Muy de señorito de derechas. Está tan sobrado que le van a poner el techo practicable, por si levita y quiere salir a dar una vuelta.
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