Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Todos los candidatos de todos los partidos políticos hablan del futuro, y todos lo hacen con cierto estilo de predicador. Para ellos el futuro es un espacio al que tendemos de forma natural y dónde encontraremos remedio a nuestros males, amén. El futuro para el político es un concepto con matices religiosos, una tierra prometida, un espacio abierto donde todo sueño pueda ser realidad. Pero ya no hay un Luther King que sueñe con los ojos abiertos, más bien parece que los políticos prometen aquello que luego se desvía hacia la gerencia de urbanismo o al reparto de poder en el sentido más siciliano del término. Más que ilusión nos venden pragmatismo contable, una forma de cargarse la ideología, una castaña.
A veces no estaría mal un poco más de modestia y que hablaran menos del futuro para situar el presente, hay más revolución en asfaltar una calle de un barrio periférico que en la guerrilla boliviana. Un presente más ajustado a la realidad donde viéramos cómo colaboran y cómo se las ingenian para sacar leyes necesarias y propuestas ajustadas al ciudadano. El futuro como un lugar idílico al que no llegaremos nunca no es nada interesante; no se dan cuenta de que la abstención está compuesta por ciudadanos que se cansaron de caminar tras la zanahoria cogida al palo. Un amplio colectivo de gente que dijo tururú a quienes son incapaces de ilusionarles con sus propuestas. Oficio de candidato es lograr que le voten pero oficio de político es crear las condiciones colectivas para que una sociedad se refleje en ellas y quiera alcanzarlas.
Otra de las acepciones de la palabra futuro en clave de político es un territorio donde se vota a uno para jorobar a otro, en ese caso más que expresar la voluntad popular lo que se está haciendo es una quiniela con los resultados. En ocasiones piden el voto de forma mezquina, por jorobar simplemente. Ese futuro es un charco, aunque haya olas de ahí no se sale.
Humildemente el ciudadano pide que le solucionen sus necesidades próximas y que lo hagan de la forma más eficaz posible, por supuesto sin asistir a una pelea de gladiadores en el circo romano o a una discusión de estilistas. Cuando en un mitin se está más pendiente de cómo se lleva la chaqueta que del fondo de la letra del discurso, malo. El futuro no puede ser una distancia insuperable, desde que supimos que la tierra está condenada a enfriarse y el hombre incluso a desaparecer como especie, el futuro tuvo plazo de caducidad. Las promesas están muy bien pero el hombre está hecho de realidades.
Se les llena la boca con la palabra futuro y se les caen las migas de pan por los lados en lamentable espectáculo gastronómico electoral.
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