Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Alejandro González Varona no tendrá una calle en Madrid, ni su nombre se inscribirá en el ?hall of fame? de la NBA, pero en justicia este buen madrileño se merece un reconocimiento. Alejandro fue el presidente de Estudiantes en una época en la que el club atravesaba las de Caín en materia económica, pero rozaba el cielo con el descaro de unos exploradores valientes. Gracias a él, y a un equipo reducido pero ambicioso, el Estudiantes rozó el sueño de la Liga y alzó el trofeo de una Copa del Rey. Pero todo eso se queda en nada cuando se descubre el trabajo que realizó en la cantera para promocionar el baloncesto entre los chiquillos del Ramiro.
Su truco fue aplicar la receta que tenía en casa, (otros hubieran dicho que era un recurso imaginativo), pero es que no le quedaban más cáscaras. Y así ascendió a Pepu Hernández al primer equipo y creyó en jóvenes con talento como los hermanos Reyes, Nacho Azofra, o Quique Bárcenas. El refuerzo lo daban dos extranjeros de lujo: Vandiver y Thompson, (éste último tuvo en sus manos un triple que les habría dado la Liga frente al Barcelona, pero el balón tenía otras ideas distintas).
Lo mejor de Alejandro es que logró que un equipo de patio de colegio fuera tenido en cuenta en la casa del rico, y cuando le invitaban a cenar se llevaban los ceniceros de plata sin permiso. Bendita subversión del orden establecido que da sentido a un club tan iconoclasta como singular, escarmentado de nadar para morir en la orilla mil veces pero también nacido para la gloria efímera y el fracaso más cruel.
Fue un gran presidente en un momento muy delicado para la entidad, el mismo que autorizó la salida de Herreros al Real Madrid, (gracias a ese dinero se consiguió capear la temporada).
Pinone, la Demencia, el médico que le dijo a la madre de Rafa Vecina que con esa polio su hijo nunca podría jugar a baloncesto (¡qué ojo!), Fernando Martínez Arroyo, Miguel Ángel Bufalá, el Gavioto, Garibaldi en sus huesos, otros cinco mil socios más? y yo? rogamos un momento de reflexión para su alma.
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