Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Una vez llenaron una parte de la ciudad con cámaras de vigilancia, (el interior de los cajeros), y nos pareció bien. Luego las pusieron en la Plaza Mayor, (por lo de los carteristas), y nos pareció bien. Más tarde las plantaron en los exteriores de casi todos los edificios oficiales, y nos pareció muy bien. Hay cámaras en gasolineras, hoteles, restaurantes, mercerías, metro, churrerías y tiendas de todo a euro? y nos parece muy bien.
Pero luego un cenutrio le da una paliza a una persona que pasaba por allí, a un hombre bueno que quiso mediar en una agresión, y entonces esas imágenes no tienen ningún valor para un juez. O, como mucho, tienen el valor testimonial de una persona que presenció la agresión a Jesús Neira de un tal Antonio Puertas, (que tiene un master en brutalidades urbanas).
Las imágenes captadas por los videos callejeros sirven para alimentar a las distintas cadenas de televisión cuando quieren ponerse en plan Sherlock Holmes, y punto. Cinco tipos debaten en una mesa y otro anónimo pone la sangre. Es decir que gracias a esas cámaras tenemos los mejores planos de cómo actúan los carteristas en la Plaza Mayor, de cómo se van sin pagar en algunas gasolineras y de cómo pegan palizas a ciudadanos honrados.
Tenemos una inmensa democracia televisada que no nos proporciona más seguridad pero sí mayores índices de audiencia. Más horas de grabación no significan mejor atención ciudadana. Aquí el negocio lo han hecho los fabricantes de las cámaras y los que venden las cintas.
A Neira le han dado una paliza y la hemos visto por televisión. Lamentable espectáculo de ira ciudadana. Esa paliza en diferido no le resta culpa al agresor, (muy al contrario), pero ya verán cómo la defensa se las arregla para decir que la cámara que grababa tenía el objetivo sucio. Eso: muy sucio. Igual que si grabaran unos planos de ‘Gorilas en la niebla’.
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