Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Pau estaba harto de los trajes de chaqueta que se hizo para animar a su equipo desde el banquillo, por eso ha acelerado el regreso a las canchas de la NBA. No hay mal que cien años dure ni muletas que no tengan su final. Sabe que será el centro de atención a pesar de que las cheerleaders de Miami (donde reaparecerá esta madrugada) son ultrasónicas; unas trigueñas esculpidas de mucho trotar el tacón por Coral Gables, de las que toman el sol sobre toallas de Versace y tienen a Shakira como jurisprudencia.
Le toca ponerse el mono de trabajo y sacar a los Memphis del pozo de la NBA; Gasol en ese equipo que es farolillo rojo está tan fuera de cacho como Fernando Alonso en una carrera popular de sacos, demasiado jugador para un elenco tan rácano. Parece cantado que terminará la temporada y fichará por una marca mayor, posiblemente por los Celtics que fueron el equipo de un dandy llamado Larry Bird, aquel blanco que tenía amaestrado el balón y sudaba apenas.
Boston es la ciudad que más le pega a Gasol en esta etapa de su vida cuando ha conseguido ser campeón del mundo de baloncesto, premio Príncipe de Asturias y ha adquirido categoría de galán de banquillo (aunque al sastre habría que fusilarlo porque le cose como si fuera un secundario de Robert de Niro en Una historia del Bronx). La elegancia de Gasol tiene mayor mérito cuando se compara con otros ilustres de la NBA que no salen del chándal, y cuando lo hacen son de un mal gusto exquisito.
Parece que para ser buen jugador hay que estar reñido con las combinaciones cromáticas. El ejemplo es Dennis Rodman, que viste como el Fary, pero con dos metros de altura. A pesar de tan lamentable imagen consiguió hacerse con un carnet de sexador de barbies y se casó con la vigilanta Carmen Electra después de haber catado al resto de protagonistas de la serie (aunque luego el matrimonio no le duró ni siquiera un playoff porque Carmen no sabía dónde ponerse en la cama cuando Rodman hacía el corte de UCLA). Pat Riley hubiera dicho que a la vigilanta le faltaban fundamentos, Riley siempre cuidó su imagen de divo con ropa de Armani y cierta distancia aristocrática con la plebe que son los jugadores. Una cosa es entrenar a gladiadores y otra mancharte la túnica de sangre de león, dejemos las cosas claras y a cada cuál en su sitio.
Pau acabará haciendo un cameo en alguna película de los Coen, mucho mejor que hacer el panoli con Nadal en un anuncio. Pero antes nos tiene que dejar su virtuosismo en una cancha, nos tiene que robar muchas noches de insomnio ante la pantalla del televisor que nos comprime su imagen porque si no en dos zancadas cruzaría nuestro salón. Pau Gasol es una máquina del deporte, un tipo tan competente que hace fácil lo que para el resto en llanamente imposible.
El chico cuenta con el plus europeo que en aquellas latitudes tanto se valora por lo que representa de intelectual el viejo continente, de aquí. Es tan alto como un picador subido al caballo y camina con el protocolo que desplaza un torero antiguo, un Belmonte sin botas de charol, un Marcial Lalanda con pasodoble hip-hop.
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