Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
La televisión fagocita formatos, después de Ana y los siete ha llegado Zapa y los cien, una partida de ping-pong contra 100 contrincantes bajo la fórmula usted pregunta y él las responde, todas sin saber de qué lado le van a caer ni de qué color es el ciudadano. Para mayor espectáculo, los espontáneos están sentados en gradas, como en el circo romano, dando al presidente el aspecto de cristiano ante leones bulímicos armados de micrófonos con dientes; aunque era un público muy bien aleccionado, modélico, ni siquiera tosían o se peleaban por el turno. Si existe la soledad del portero ante el penalti, es imaginable que pueda ser superada por la del entrevistado en el espacio Tengo una pregunta para usted, que es la versión actualizada de Si yo fuera presidente, pero sin Tola y con Lorenzo Milá en una esquina haciendo de director de una orquesta apática. Hasta para preguntar hay que estar bien entrenado.
Tengamos en cuenta que no es un hemiciclo repartido por colores y tendencias, más bien se trata de un patio de vecinos donde desde cualquier altura te puede caer un calcetín o una reclamación para el presidente de la comunidad. Así que el programa tiene mucho de junta de vecinos, de asamblea de Facultad, de reunión de tupperware y de misa laica. «Una reforma de calado», dijo el presidente para definir al nuevo espacio. Ciertamente, el decorado es muy original, aunque tiene un aire de programa de monólogos, pero sin chiste.
Fondo azul y rojo, mezcla de color frío y caliente, donde el invitado tiene ocasión de lucirse con una banqueta que puede servir de burladero para los casos en los que el cuerpo pide apoyo, y un atril transparente vacío de notas. El suelo negro y brillante permitía que se reflejaran las dos pantallas gigantes, incluso que algunos planos hicieran aguas, dando la imagen de Zapatero en el lago de los cisnes. Quizá el presidente debería haberse apoyado más en el atril para no espantar con los brazos y hacer menos viento. A efectos de comunicación no verbal, Zapatero se maneja con la cuenta de la vieja. Hasta la sexta pregunta, una amplia tesis sobre el estado del bienestar, ZP no encontró la velocidad de crucero. No se trataba de responder en largo y en crítico como en el Congreso. Ahí entendió que una ceja circunfleja, un guiño gótico a tiempo ayuda a trasladar el mensaje con mayor eficacia cuando el ciudadano quiere saber. Pero responder a 100 preguntas en 90 minutos ni siquiera lo puede hacer Fernando Alonso cuando pilota en un Gran Premio, hay cosas que llevan su tiempo y las respuestas también. Y cuando quiso acelerar, le aparecieron lapsus infantiles, como cuando aludió «a los grandes países de este país». En realidad, se refería al mundo occidental, aunque el lapsus es entrañable y en honor al rey Felipe II.
«Voy Lorenzo, voy», le decía a Milá cuando le echaba el aliento encima. Y hasta sonrió cuando Jesús le dijo «estadísticamente vamos de cine, pero a nivel de calle no. ¿Sabe usted cuánto vale un café?». Y Zapatero le dio a Jesús el precio de un cortado en un asilo subvencionado. Se confirma: ante el vicio de preguntar, la virtud de no responder. Actualidad toda, ritmo poquito, vértigo apenas, emoción como ver crecer a una planta. Sólo animaba la corbata de Milá con los colores del pez payaso Nemo.
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