Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
El próximo martes se pondrá en marcha el último prodigio de la técnica moderna: el AVE Madrid-Toledo. El tren cuenta con una poesía especial que ni siquiera la alta velocidad ha terminado con ella, un vagón de tren siempre es una buena noticia ya sea de los que iban tirados por carbonilla o los que están insonorizados.
El esfuerzo de RENFE por acercar Toledo a Madrid (y viceversa) es elogiable. Se perderán detalles del paisaje, sin duda, pero se ganará en comodidad, puntualidad y calidad en el servicio. Ya no pararán los trenes en el interminable rosario de pequeñas estaciones en las que se podía ver comiendo a la familia del jefe de estación, siempre detrás de unos visillos de encaje cuidadosamente colocados. Dicen que va tan deprisa que las vacas, acostumbradas a ver pasar los trenes, padecerán tortícolis.
Toledo es una de las joyas que tiene España, hoy a tiro de alta velocidad. Para Madrid es un lujo añadir un barrio imperial coronado por godos y árabes, y también una nueva catedral que es primada y está cargada de leyendas. Goya junto al Greco, Velázquez frente a la luz de la Puerta Bisagra, el Tajo dando lecciones de río al Manzanares.
Será el AVE del suspiro: te sientas, miras por la ventanilla y antes de que te de tiempo a cambiar tu posición en el asiento ya habrás llegado al destino. Dicen que cuesta ocho euros el viaje inaugural. En realidad tener Toledo tan cerca no tiene precio.
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