Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
El Ayuntamiento de Madrid ha realizado unos test para saber si de lo que se come se cría, es decir que si era pescado o carne, y el resultado ha sido espectacular: lo que comemos en Madrid es calidad súper (o más). Para analizar el detalle no han dudado en sentarse a comer con un aparato que calibra el ADN, cosa muy normal para llevar en el bolsillo. Si Madrid tiene encanto, (el tópico de aquí al cielo), es por el paladar que es otra manera de mostrar el cielo de la boca. Que de Camba a la fecha, pasando por los Carpantas en tránsito, aquí se ha comido de lujo, dicho sin ofender pero sin ánimo de restarnos importancia.
Está bien que haya una policía científica de la comida, un CSI de la manduca que analice si entre las liebres hay gato o si entre col y col nos han dado una lechuga. Se supone que el mayor riesgo al que se enfrentan estos funcionarios es a una subida de colesterol o a un ardor de estómago, tengamos en cuenta que ponen su cuerpo al servicio del nuestro. Aunque también es verdad que tendrán “el pico fino”, el paladar acostumbrado a las buenas viandas, de tal forma que sus bocas serán un piano que toda la escala gastronómica.
Al margen de la autenticidad del pescado que comemos, (donde no hay puerto de mar las sardinas presumen de pedigrí), el estudio dice que tampoco hay botellón. Así que si le duele la cabeza es por su mal beber o porque hay que descansar más y lozanear menos porque la cabeza es un instrumento de precisión sin relojero que lo apañe en caso de descogorciarse.
Lo del botellón me parece una fruslería, lo importante es que en esta ciudad de las prisas y el hormigón cuando entras en un restaurante estás a salvo.
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