Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
De las atrocidades que va dejando la investigación de los atentados de Londres destaca la coletilla de que los terroristas llevaban una vida normal. La idea de que en el descansillo vive un asesino en potencia supera la maldad de que el hombre es un lobo para el hombre. De esa manera nadie queda libre de sospecha.
Ocurre algo parecido a cuando hablan los vecinos después de un caso de violencia de género y alegan parecían tan enamorados, era una pareja normal se suele escuchar. O estamos muy enfermos o no se puede considerar normal lo que son conductas patológicas, la inseguridad que provoca el recelo es un arma más poderosa que las bombas utilizadas por los terroristas.
Para mayor penuria vecinal el líder de los musulmanes del condado de Bradford, mister Amet, avisa de que hay otras personas dispuestas a seguir con la carrera de sangre que comenzó el 7-J.
Condenar una religión es, además de una calamidad, un acto bárbaro. Ahora bien, si la maldad sale de una puerta sí que se puede controlar a los que tocan el timbre, a los que usan el móvil con fines criminales, a los que pertenecen a una red islámica. Dejando a un lado a las personas de bien que han elegido al Islam como religión de cabecera.
No condenemos a una religión por el hecho de ser el origen intelectual de una masacre, (todas las religiones han cometido atrocidades, los cristianos deberían recordar las Cruzadas).
Lo que resulta curioso es como un estado liberal, en lo mercantil y en lo ideológico, tiene reparos para construir su defensa. Parece que da apuro acudir a la intervención, es como si reconocieran el mayor fallo del sistema.
El Estado es, antes que nada, la garantía de convivencia de los individuos.
Compartir: